jueves, 29 de mayo de 2014

Capítulo V

Monasterio de San Pablo
Peñafiel, provincia de Valladolid
2013





"Le solté  en seguida. Asustada, se miró los hombros pero para su sorpresa no le había hecho daño alguno.
Me sentía avergonzado. ¿Cómo iba a explicarle a mi mejor amigo que casi no ataco con maldad a su hermana para protegerle?
Plaf. No sabía qué me había dolido más, si el trato que le había dado  o la bofetada que me acababa de dar. Vi cómo en sus ojos se acumulaba rabia.

- Lo siento... yo...

- ¡Cállate! Quiero que ahora mismo me expliques quién eres, cómo te atreves a entrar en mi habitación, de qué conoces a mi hermano y qué mierda ha sido lo de antes.

A cada palabra que decía, más sorprendido me quedaba. No entendía como una chica podía tener tan mal humor y haber dicho una palabra tan mal sonante. Sin darme cuenta comencé a reírme. Ella se quedó pasmada y boquiabierta.

- ¿Y ahora de qué te ríes? ¿Eres idiota o algo?

- Perdona, perdona... - no podía parar de reírme pero rápidamente enmudecí, pues no sabía si iba a darme otra bofetada o no. - Si realmente eres la hermana de Gigi no me sorprendería nada, sois iguales. Es asombroso.

No me contestó de inmediato. Se cruzó de brazos e intensó su enfado.

- Muy bien, señor misterioso. ¿Puedes ahora responderme?

- Verás... Conozco a tu hermano del Monasterio, soy su mejor amigo. Si no me equivoco eres una sombra que está vinculada conmigo de alguna forma. No sé cómo he acabado aquí, pero te he salvado antes de que fueras a morir. Mi nombre es Nathaniel.

Palideció al instante y se sentó en la camita pequeña. Se llevó las manos a la boca. Cogió su colgante con la inicial de G. Imaginé que sería un regalo del hermano. Nos quedamos mirando el uno al otro durante un buen rato. Los ojos le comenzaron a llenarse de lágrimas y no pude evitar sentirme mal.

- Oye yo...

- No hables. No es nada. Estoy bien. Simplemente no puedo creer que los sueños hayan atravesado la realidad.

- ¿Cómo? ¿Pensabas que todo esto es un sueño?

- ¿Tú no lo crees? ¡Esto es totalmente irreal! Ni tú eres Nathaniel, ni conocerás a mi hermano, ni nada de nada.

La entendía perfectamente, si yo también fuera chica me sentiría asustada y llena de incertidumbre. Me levanté y fui hacia ella, iba a apoyar mi mano en su hombro pero me apartó rápidamente.

- No me toques. Haz el favor de salir de aquí, pienso llamar a la policía y puedo inventar que me has atacado o algo por el estilo.

- ¿Otra vez? Te estoy diciendo que no sé cómo salir de aquí. A mí tampoco me apetece estar escuchándote. Supongo que tú no serás la chica que yo sentía entre las sombras.

De repente la cancioncilla que escuché en mitad del pasillo por primera vez, empezó a sonar. La muchacha se levantó rápidamente y fue a contestar el teléfono. Aguardé en silencio.

- No me puedo creer que seas tú... - musitó.- Ha pasado mucho tiempo, ¿por qué has tardado tanto en llamarme? Lo sé - rió.- Eres un mierda. Te echo muchísimo de menos... ¿En serio? Avísame cuando llegues aquí, voy a recogerte yo misma; prepárate porque del beso que te voy  a dar te va a dar un infarto. Y yo a ti también gordo.

A cada palabra que fue diciendo más incómodo me sentía. No era nadie para escuchar conversaciones ajenas y menos algo tan íntimo, así que me dispuse hacia la puerta por si así podía salir de aquella casa, pero sentí cómo su delgada mano se apoyaba en mi hombro.

- Perdona, no pretendía que escuchases todo eso. Pero gracias por irte ya, al fin y al cabo vas a ser educado y todo.

Me fui girando poco a poco pero para mi sorpresa, ella se estaba volviendo oscura y brillante de nuevo.

- ¿Qué está pasando?

- No me has creído. Todo este tiempo te he estado diciendo que estamos vinculados y que soy Nathaniel - noté cómo mi voz sonaba apagada.

- Pero es algo imposible... Espera, no te vayas aún tengo muchas preguntas...

Sentí cómo me envolvía el dolor al igual que a ella, nuestras manos estaban entrelazadas y a pesar de todo mal que estaba sintiendo, el tener las manos unidas con ella me hacía sentir seguro. Siempre olvidaba que podría estar muriendo cuando se presentaba su presencia. Y de nuevo no sabía qué había sido peor, si separarme de alguien que podría entender que nos estaba ocurriendo o el morir una y otra vez".


Nathaniel llevaba varias horas despierto, pero no había hablado mucho. Observaba la habitación de un lado a otro, como si el despertar fuera una pesadilla que se repetía sin cesar.
La familia presentaba menos ojeras que el día anterior, de cierto modo era bueno saber que a pesar de todo habían podido dormir un poco.
El enfermo no paraba de mirar a Gigi, tenía millones de preguntas que hacer, pero también le daba vergüenza que lo tomase por un loco.

- Cariño, ¿necesitas algo? - preguntó la madre con ternura.

- Ir... irme... Qui... quie... quiero irme.

Cada vez que el joven hablaba a todos les daba un vuelco al corazón. Aunque llevasen tres días allí, no estaban acostumbrados a aquella voz rota y apagada.
Se miraron los unos a los otros.

- Ya te queda menos tesoro. Ya mismo nos vamos.

- No... Gigi... tú y yo... A tu... tu país. A... acep... acepto.

Abrieron más los ojos. El enfermo tosió y en seguida le dieron un vaso de agua para no tener la garganta ni los labios secos.
Se giraron hacia el amigo un momento.

- ¿Qué quiere decir con eso?

- Bueno, hace unos cuántas noches le ofrecí que se viniera conmigo a pasar las vacaciones de verano. Creo que le vendría bien, pero con vuestro consentimiento, claro.

- Gay - murmuró el interpelado.

No pudieron evitar una carcajada. A decir verdad, había sonado como si fueran pareja, pero  para ellos era un gran avance que Nathaniel fuera hablando y sonriendo de vez en cuando.
La madre se encogió de brazos.

- Me niego. No pienso dejar que mi hijo se vaya después de esto, y menos aún si todavía no sé lo que tiene.

Gianluca asintió sin rechistar, lo veía completamente normal, pero los abuelos se opusieron contra el comentario de su hija.

- Rose, cálmate. No es nada grave seguro. Simplemente es un virus con gran potencial que le ha afectado de una forma irregular. Pero Joseph ya es lo suficientemente mayor para tomar sus propias decisiones.

- Papá... ¿Te estás escuchando? Estamos hablando de que tu único nieto lucha cada día entre la vida o la muerte sin razón alguna y tú quieres dejarlo ir... ¿Lo ves normal?

La abuela negó con la cabeza, no le gustaba ver como padre e hija discutían una vez más. Gianluca se sentió demasiado incómodo y Nathaniel se limitó a carraspear hasta que le hicieran caso.

- Es... es mi de... deci... decisión, ma... mamá. Est... estaré bien.

La barbilla de la madre tembló e incluso se le llenaron las cuencas de lágrimas. Los mayores se disculparon y salieron por la puerta, dejando a solas a los dos amigos.

- Lo siento tío, no quería causar problemas...

- Shh... No... no es ... tu culpa. Ella... si... siempre es así.

- ¡Eh! ¡Vas mejorando mucho! Ya verás como en unos días salimos de aquí. Te está empezando a salir barba y no te queda nada bien. - ambos rieron con suavidad.

- Gigi...

- ¿Sí?

El móvil del rubio sonó. Pidió perdón  se alejó hasta la puerta para no molestarte por si volvía a quedarse dormido.

- ¿Diga? Qué alegría volver a escucharte. ¿Cómo estás? ¿Me echas ya de menos no tonta? Desde que hemos vuelto a hablar no paras de pensar en mí, cosa fea. Sí, claro, desde luego. Aquí seguimos, mucho mejor. Eso espero gorda. Tengo muchas ganas de verte y veros. Lo sé. Y yo a ti.

O era cosa de Nathaniel o le parecía haber tenido un dèja vu pero esta vez con el hermano de la chica rubia...
Se sentía perdido y confundido. ¿Tenía un solo cuerpo pero podía estar en distintos lugares al mismo tiempo? ¿Le estaba ocurriendo algo grave de verdad?
Las pulsaciones del joven comenzaron a subir y a ser algo más rápido. Su amigo se percató al instante y preocupado no dudó en llamar a una enfermera. 
Los familiares entraron segundos más tarde de hacerlo la muchacha que les estaba atendiendo de forma particular.

- ¿Va todo bien? - preguntaron al unísono con tensión.

- Sí, tranquilos. Solo se ha puesto un poco nervioso. Hey Nathan... No me había fijado antes lo largas y bonitos que son tus pestañas y ojos... Qué envidia me das. ¿Podrás prestármelos algún día? - se dedicaron una tímida sonrisa y él acabó asintiendo con la cabeza algo ruborizado.

La muchacha salió de allí con varias indicaciones hechas. Pastilla debajo de la lengua hasta que sus pulsaciones volvieran a la normalidad, beber agua cada veinte minutos, intentar descansar el máximo posible, hablar más a menudo para que no se hiciese más costoso.
A partir de eso la tarde mejoró bastante, y aunque el hablar estaba siendo un poco brusco, con todo el amor y apoyo que estaba recibiendo, el avance fue a mejor.
Aunque para la madre todo aquello le resultaba de lo más extraño y más asustada que nunca, pensó que su hijo estaba teniendo la mejoría de la muerte...

"La cabeza me daba vueltas. Ya me estaba resultando demasiado molesto divagar en sitios que no sabía dónde estaban, ni ver lugares familiares y hacer visitas sorpresa a la hermana secreta de mi mejor amigo...
Esta vez, el "portal de los sueños" o así era como lo había llamado yo, me transportó a un lugar lleno de ruidos, olor a gasolina, alcohol y música de baja calidad. Forcé un poco más mi visión y al fin contemplé que estaba sentado en la última mesa de un bar junto a un vaso semi lleno de Bourbon...
La escena me estaba resultando de lo más cómica posible. ¿Qué hacía yo con una copa? No bebía nunca  y mucho menos ahora.
Eché un vistazo al local. Todo era de tono madera. Las mesas, las sillas, el suelo, la pared dividida en ese color y en amarillo, algunas lámparas colgaban del techo y otra en los laterales, un billar al fondo este, los baños al final de la sala, una barra grande que solo atendía un camarero y un cartel en la entrada que ponía: "Prohibida la entrada a menores de 21 años".
Me miré a mí mismo y me reí. Ahora lo entendía todo. Chupa de cuero, camiseta negra, vaqueros negros ajustados, zapatos de punta, un anillo en el dedo corazón de la mano izquierda y el pelo desaliñado. 
Menuda pintas llevaba... jamás vestiría así, estaba hecho un salvaje.
Noté cómo dos hombres robustos de la mesa contigua me miraron con cara de pocos amigos y rápidamente fingí que le daba un sorbo a la copa. Solo olerla era repugnante.



De repente las luces se apagaron y el camarero anunció:

- ¡Señores! ¡Ya están aquí las chicas del boulevard! ¡Demos un fuerte aplauso a nuestras diosas Megan, Kaylee y Leoni!

Había tres luces de colores. Una morada, otra verde y la siguiente rosa. 
La primera chica llevaba a conjunto un body con tacones altos de color morado, era de piel pálida, ojos castaños, maquillaje grotesco y llevaba el cabello recogido en modo de tocado elegante con algún que otro mechón suelto.
La segunda, tenía la luz verde, body a juego con tacones altos verdes, chica morena de ojos verdes, el pelo lo llevaba con bucles en sus puntas y lucía un maquillaje marcado que le hacía tremendamente sexy.
Y por último, la chica de luz rosa que como sus demás compañeras su vestuario también iba adrede con su luz. Tenía el pelo rubio corto y liso, su tez era aceitunada con ojos grises y su maquillaje en tonos tierra.
Sin darme cuenta suspiré, me mordí el labio inferior e incluso le dí un sorbo a aquella copa asquerosa. 
Podía notar como mis ojos se mostraban brillantes con tanta mujer bella encima de aquella barra.
Me encogí en el asiento y me froté las manos un par de veces. No sabía qué iba a ver ni lo que me esperaba, pero en ese mismo instante no me acordaba de que era un Hermano.
Por primera vez en la vida iba a hacer caso a mi abuelo y estaba dispuesto a ver aquella escena.
La canción empezó, la cuál no tenía ni idea de como se llamaba, pero resultaba de lo más tentador ver cómo aquellas chicas hacían distintos movimientos con tanta agilidad y firmeza sobre sus sillas...
Sabía que desear el cuerpo de una mujer era pecado, pero estaba cometiendo un pecado increíble.
Me estaba quedando embobado y a veces la vista me aturdía, así que decidí acercarme un poco más y contemplar la escena a mejor campo de visión.
Los otros hombres de mi alrededor apestaban a alcohol y cigarrillos. Habían bebido más de la cuenta seguro; no eran muy mayores, como mucho veinticinco pero eran los típicos niños ricos de la ciudad. Los miré con cara de asco sin que se dieran cuenta.

En pocos minutos la canción terminó y ellas a su vez. Todos aplaudimos e incluso le hicieron vítores.  Ellas, llenas de elegancia saludaron al público y se dispusieron a marcharse; pero un joven de la mesa principal se subió encima del escenario y forcejeó un tanto con la rubia.
Todo a mi alrededor estaba pasando a cámara lenta y delante de mis ojos. Yo estaba estacando allí de pie sin hacer nada. Traté de reaccionar, pero cuando quise darme cuenta ya estaba al lado de las chicas y propagando un empujón al niño mimado, el cuál, no tardó  mucho en propinarme un buen puñetazo. La sangre del labio fluyó con rapidez y lo único que se me ocurrió fue escupirle en la cara.
Agarré de las manos a la morena y la rubia mientras que la pelirroja me indicaba el camino al vestuario.
Una vez allí, cerraron la puerta con pestillo y se abrazaron para tranquilizarse. 
La rubia se giró minutos después y me dijo:

- Gracias, lo siento, yo...

- Tú... - murmuramos pasmados.




Missy Slyon.

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