Holanda, Países Bajos
2013
Que ocurriese lo mismo
cada noche, era pesado.
¿Por qué necesitaban
vivir algo que no era real? ¿Por qué ocurría siempre a esa maldita hora? ¿Por
qué a ellos? ¿Qué señal le estaba enviando Dios a Nathaniel que él no lograba
ver?
Buscó a Leoni
completamente aturdido. Ella le respondió aterrorizada.
- - Dime que esto no está sucediendo. Dime que
es una pesadilla.
- - Ojalá pudiera explicarte, pero no sé qué
decir.
El muchacho se percató de
que aquellos gestos de pánico de su compañera eran nuevos, como nunca antes lo
había hecho. Como si fuera consciente por primera vez de donde estaba.
Intentó acercarse a ella,
pero dio un paso atrás.
- - ¡No te acerques!
Nathaniel apretó los
labios. Entrecerró los ojos y los volvió a abrir para percibir donde se hallaban.
Sin duda, parecía el
mismo jardín del que provenían.
Para disimular su
tensión, se rascó la nunca.
Probablemente el jardín
era el mismo; o al menos se parecía al actual, pero la casa no. No cabía duda
de que la mansión había sido sustituida por una abandonada.
Fue dejando atrás a
Leoni, y a medida que iba avanzando, el color verde de la hierba fresca se iba
convirtiendo en un amarillo anaranjado, como si hubiera cambiado de estación.
De verano a otoño.
Fijándose en que ella
seguía en la misma posición de shock, volvió hacia atrás y de nuevo el paisaje vernal
apareció.
Sacudió la cabeza.
La agarró del brazo y la
interpelada empezó a gritar.
Inmediatamente
aparecieron en las escaleras que conducía a la puerta principal.
Leoni respiraba
entrecortada, tenía las manos apoyadas en sus rodillas y un sudor frío se
dejaba ver sobre su frente.
Notó como unas cálidas
yemas de los dedos de su amigo se posaban sobre su hombro y en seguida bramó:
- - ¡NO ME TOQUES!
Nathan estaba
sorprendido. Nunca la había visto así, y tampoco podía hacer nada para
tranquilizarla, porque ella misma se lo impedía.
Ésta despertó en cierta
manera de su asombro percatándose de que los colores habían cambiado a su
alrededor.
El follaje había sido
reemplazado por hojas caducas, árboles sin florecer, hierbajos en la inclinada
escalera, la niebla y las nubes bajas – como si fuera a llover en cualquier
momento -, la mugre y descuido de la fachada. Los ventanales rotos, una
bicicleta pequeña antigua.
Cerró los ojos. Se dio la
vuelta hacia él, que la observaba como si estuviera más perdido que ella.
Las lágrimas no cesaban
de sus cuencas, parecía como si tuviera un brote de alergia.
- - Nathan, ¿dónde, dónde estamos? – preguntó con
un hilo de voz después de varios minutos en silencio.
Antes de que el joven
pudiera contestar, una suave brisa les erizó el vello e hizo vibrar la pequeña
campana que colgaba de la puerta.
Sin previo aviso, se
abrió. Ambos dieron un paso atrás. Se buscaron con la mirada y le dieron la
espalda para echar a correr.
- - ¿Ya se van? – les dio un vuelco al
corazón. – Si llevamos meses esperándoos. ¿Dónde os habíais metido?
La voz de una señora
repiqueteaba en eco. Agarrados de la mano por el pánico, se volvieron a girar
muy lentamente.
Aquella mujer era alta.
Muy alta para lo que estaban acostumbrados a ver. Su tez morena resaltaba más
sus grandes e inexpresivos ojos grises – comienzo de una severa ceguera - , sus
pómulos salidos y una tétrica sonrisa.
Podía notarse que la
vestimenta era de una tela antigua, algo descuidada pero con un brillo aún
reluciente.
Tenía un recogido
parecido al de Leoni, solo que resaltaba su color canoso. En su vestido marrón
sostenía un delantal en lo que algún día fue blanco puro.
Colocó la mano en el
poyete de la puerta delicadamente y volvió a hablar:
- - Damián y Mateo estarán encantados de
volver a veros. Pasad, mozuelos. Pasad.
Otro cruce de miradas,
otro temblor. Tragaron saliva y apretaron más las manos.
Al dar un paso hacia
delante, la madera crujió y Leoni se estremeció.
- - Siempre tan asustadiza. No te preocupes,
querida. Le diré a Damián que lo arregle antes de que se vuelva a ir. Esas
baldosas… Cada vez que llueve, es peor. – refunfuñó la anciana.
Su voz y hospitalidad
eran muy agradables, pero eso no quitaba el pavor que les producía a los
acompañantes.
Les esperó hasta cerrar
la puerta tras de ellos, y se llevaron las manos hasta los ojos.
Era como estar en otro
lugar.
El hall de la estancia era muy luminoso, les ayudó a quitarse los
abrigos y colocarlos en el perchero. Tanto el recibidor como el comedor,
presentaban los mimos tonos verdes, sepia y madera. Todo en ello mostraba
perfección en sus muebles, sin ninguna mota de polvo o tela de araña, como si
todo, fuera nuevo.
No tenía una decoración
exagerada, pero sí exquisita.
Se sentaron entre
ruborizados y abrumados en el sofá de piel cobrizo que les invitó la señora de
la casa, junto a unas pastas y delicioso té.
En frente de ellos,
pudieron contemplar varios retratos, pero sus miradas se clavaron en uno, que
sin duda, sería el cabeza de familia.
Un caballero muy apuesto,
con una barba bastante crecida, el corte de pelo de un medio tupé haciendo
marcaje en sus orejas. Un sobre cuello blanco, un traje abotonado de color azul
marino antiguo donde se dejaba entre ver el reloj de bolsillo.
- - Mi amado Mateo. ¿Muy guapo, verdad? –
señaló la anciana. – Os hubiera encantado conocerlo, parecía muy serio, pero
era todo un guasón. Por desgracia, Dios quiso llevárselo de aquella terrible
enfermedad. En gloria esté.
- - Amén. – respondió Nathaniel sin darse
cuenta-
Le dedicaron una mirada
de soslayo. Volvieron a perderse en sus pensamientos, pero unas risas y escándalos,
los hicieron despertar.
- - ¡Ven aquí, pequeño monstruito! ¡Te cogeré!
Pisadas fuertes y
delicadas junto a risitas se acercaban.
Los chicos no podían
dejar de mirar a la puerta. Una pequeña niña de bucles cortos ondulados rubios,
con una diadema de clores en el cabello, tez pálida, labios finos rosados,
nariz redonda y unos profundos ojos grises, entró correteando con un vestidito
de color amarillo apagado a juego de medias blancas; a la que acto seguido le
siguió otro chico. Mucho más mayor que ella.
Su cabello era de un
rubio más oscuro, más lacio y algo más corto. Barba de pocas semanas, lo
suficiente para pinchar y poder jugar con la niña. Unos rasgados ojos marrones
y una sonrisa perfectamente blanqueada.
Leoni se quedó pasmada.
Nunca había imaginado a alguien con una vestimenta tan antigua con un rostro
tan angelical.
- - ¡Abuela! ¡Abuela! – se abalanzó la pequeña en brazos de la señora.
Nathan y Leoni miraban de
un lado a otro sin entender nada.
- - ¡Por todos los Santos! – exclamó el recién
llegado ajustándose el pañuelo. – ¡Mi buen amigo Joseph! – se abalanzó hacia
él, y sin percatarse, se levantaron a la vez y se fundieron en un abrazo.
Leoni
se ruborizó al sentirse observada.
- - ¡Menuda sorpresa! – siguió - ¿Cómo va
todo? ¿Estás bien?
- - Sí, yo, eh…
- - Vaya, cuando me dijiste que te habías
prometido, no me había imaginado a tan bella dama – volvió a mirar a Leoni, que
le dedicó una falsa sonrisa.
- - ¡Damián! No filtres, es la futura esposa
de tu mejor amigo – regañó la madre.
Ahora sí que no comprendían nada. ¿Nathaniel y Leoni
prometidos? ¿Qué blasfemia era esa? ¿Desde cuándo? ¿Es que nadie les iba a
explicar lo que estaba ocurriendo?
No veían momento para
hablar a solas, y la inquietud se estaba dejando palpar entre ellos. La tensión
aumentaba.
- - Vamos hombres, no te enfades. No… no lo he
dicho con malas intenciones – se disculpó.
- - ¡No! Tranquilo, amigo. Es normal.- intentó
disimular. Leoni le dio un codazo – Ah, sí, ella es mi... – le sonrió
avergonzado.
- - Tu amada y futura esposa, Kumiko.
Leoni empezó a toser, a causa de su atragantamiento
con una pasta. Nathaniel le miró preocupado y los demás integrantes de la sala,
se levantaron para proporcionarles aire. La cara de la muchacha tornó a
sonrojarse.
- - ¿Dónde está el lavabo, por favor?
La señora se lo indicó con rapidez y Damían les
acompañó hasta la puerta. Les hizo un gesto con la cabeza como permiso para
entrar con ella, y ambos asintieron.
Esperó a que Loeni recobrara el aliento para así poder
hablar en voz baja.
- - ¿Te encuentras mejor? – la joven asintió
con lágrimas en los ojos. Carraspeó y volvió a respirar poco a poco.
- - ¿Desde cuándo me llamo Kumiko? ¿Quién es
esa? ¿Por qué tengo la sensación de que estamos en una época muy diferente a la
nuestra?
Las preguntas salían atropelladas. Nathaniel se
refrescó la cara aturdido.
De pronto, la rubia había enmudecido de golpe.
- - Nathan… Ti, tienes… que mirar al espejo. –
susurró con los ojos como platos.
Levantó la vista cansado y para su estupefacción,
ninguno de los dos, eran quiénes ellos eran.
Se quedó perplejo. Nunca se habría imaginado a una
Leoni completamente diferente. Dudó por unos segundo de cuál le parecía más
hermosa, si la actual, o la de época.
Seguía teniendo un color blanquecino como tono de
piel, pero se había vuelto un poco más alta, de mejillas anaranjadas, cejas
finas y alargadas, unos profundos ojos negros cargados de sensualidad. Carnosos
labios rojos, junto a una sonrisa coqueta y pequeña nariz de patata.
Un tocado muy elegante, se veía con claridad que el
cabello era revoltoso y largo.
Lucía un kimono de manga corto negro con varios
estampados en distintos colores junto a una pulsera dorada y un grotesco anillo
de piedra rubí como pedida de mano.
Abrió la puerta bruscamente y de la manera más sutil
que pudo decir, exhaló:
- - Amigo, ¿qué día es hoy? No… No recuerda si
se tomó la medicación de la jaqueca.
Damián le pasó los brazos alrededor de los hombros y
con una sonrisa de sorpresa contestó:
- - Cuatro de marzo de mil setecientos
cuarenta y nueve.
Nathaniel perdió el hilo… Ese hilo tan fino que une a
la vida y la muerte. Y como si de una pluma se tratase, se desvaneció.
Missy Slyon