viernes, 3 de febrero de 2017

Capítulo XV

Monasterio de San Pablo
Holanda, Países Bajos.
2013




- Joseph, Joseph...

Un par de palmaditas para hacerle reaccionar. En la sala, las miradas posaban de ojos en ojos.
Al cabo de un instante, el muchacho, aturdido aún por la caída, parpadeó unas cuántas veces e intentó visualizar lo mejor que pudo.
Pero la figura de Leoni, era inconfundible. Estaba de rodillas, esperando a que le diera alguna respuesta. Sonrió para sí mismo.

- ¡Menudo susto! Por un momento creí que tendría que avisar a la ambulancia - se incorporó un poco más. Leoni tragó saliva, algo más tranquila - ¿Un poco de agua?

Unas manos arrugadas comenzaron a tornar formas. 
Un anillo de boda precioso, pensó Nathaniel.
¿Desde cuándo la abuela había encontrado la joya? Tomó el vaso de agua agradecido. Los colores volvieron a la vida, dejando atrás las sombras, resaltando las facciones de cada persona que se hallaba en la sala.
Damián le sonreía nervioso, mientras que Leoni le había agarrado de la mano para sosegarlo.

- ¿Otra vez? - jadeó - Su nuevo amigo le miró extrañado - ¡Otra vez que me pasa! - fingió con cara de pocos amigos.

Le ayudaron a incorporarse. Se sacudió el traje y volvieron a la estancia.
Intentó conectar telepáticamente con Leoni, como otras veces había hecho, pero nada daba resultado. Todo era nuevo. Siempre que tenía una pesadilla, volvía a la vida normal.
¿Pero qué era ya real? ¿Qué era lo "normal"? ¿Quién era ahora realmente? Unas severas náuseas aparecieron.

- Voy a prepararte una manzanilla, querido - ofreció la anciana al ver la descompuesta cara de Nathan.

- ¿Eres hipocondríaco?  Primero fue ella la que se sentía mal. ¡Y al final resultó que eras tú! - rió.

- No... eh, no sé qué me ha podido pasar. De hecho me pasó una vez hace tiempo, pero no he tenido más hasta ahora.

Un incómodo silencio. La señora depositó el té en la mesita con un asentimiento de cabeza, a lo que Nathan agradeció con una gesticulación labial.

-¿Ya sabéis dónde os queréis casar? - aventuró el de la melena apartándose un mechón de pelo.

- Por la Iglesia. Pero no hemos decidido todavía - adelantó Leoni. Viendo que el joven iba a seguir con el cuestionario, añadió: - No queremos agobiarnos, falta apenas un año y hay muchos proyectos por delante. Soy muy organizada .- sonrió de manera coqueta.

Los tres arquearon una ceja. La tensión iba aumentando, no lo podía soportar. Necesitaba coger a la hermana de su mejor amigo y salir corriendo de aquel lugar. Sentir que todo era una pesadilla y regresar a aquel baile de celebración que estaba teniendo lugar en Holanda.

- Perdone mi retraso, madre - una voz parecida a la de Damián hizo sacar al chico de su reflexión. - Están haciendo reformas en la carretera principal. todo está cortado y el tráfico es horrible.

<< Otra historia por revelar>> pensaron ambos cansados. 
Era más delgado y esbelto. Sus rizos caían sobre sus párpados y sus almendrados ojos marcaba algún que otro surco en su rostro.
La niña pequeña se asomó detrás de sus piernas.

- ¡Cómo me alegro de verte! - se levantó titubeando, no sabía si tenía que darle otro abrazo. Esperó. Confirmado.

- Mateo - dedujo Nathan con voz severa - Deja que te presente a mi prometida, Kumiko.

Leoni hizo ademán de levantarse, pero éste lo negó con la cabeza y le besó de manera cortés en su mano izquierda.

- Yo también quiero presentaros a mi hermosa princesa. Ella es Kendrah, mi dulce hija - la cogió entre sus brazos.

- ¡Vaya! Ya no soy la única con un nombre extraño - bromeó con risas Leoni sin darse cuenta.

Para su sorpresa, todos la siguieron. Hasta el propio Nathaniel. Por fin se había roto el hielo.

- Vayamos fuera. Hace un día soleado. Podríamos enseñarles el cobertizo que hizo padre antes de marcharse. Si le parece bien, madre. - se giró hacia ella, que le miraba con cierta ternura.

- Claro hijo. Pero yo no os acompañaré. Tengo que esperar a las chicas para visitar a la pobre Cristina.- se acercó hacia ellos y les dio un beso de despedida - Gracias por venir, ya sabéis  dónde está vuestra casa. Mejórate, querido.

- Gracias, señora.

Los hermanos, "la pareja" y la niña salieron por la puerta trasera de la cocina.

- La abuelita Ana es muy buena. Siempre está atenta y te cuida - su padre la miró de reojo. - Perdone señora, no quería ser imprudente. 

- ¡No! No has hecho nada malo, tesoro. No me trates de usted, podría ser tu hermana mayor - bromeó con un guiño acompañado de una sonrisa, a lo que a los hombres les resultó tremendamente sexy.

Anduvieron bosque a través. Contemplándolo maravillados lo bonito que relucía. Cada vez que avanzaban, más familiar le resultaba a Nathan aquel lugar. ¿Cómo era posible? No recordaba haber estado allí antes. ¿Quizás la había visto en fotos? Observó a su alrededor. Pero solo había árboles, hojas caídas, pajarillos cantando... Solo bosque y más bosque.

- ¿Veis a lo lejos una cuesta abajo? - asintieron - Es justo allí.

- ¡Te reto a una carrera! - propuso divertida Leoni a la pequeña que andaba dando saltitos.

Se paró en seco, se giró hacia su padre y con ojos vidriosos gritaba emocionada:

- ¿Puedo padre? ¡Por favor! ¡Te lo suplico!

- Sabes de sobra que las señoritas no deberían corretear a lo loco - comenzó a hacer pucheros.

- Pero no es una señorita  - señaló a Leoni - ¡Es como una hermana! - no pudieron evitar reír a carcajadas.

- Está bien, mi amor. Solo por ésta vez.

Aún riendo, Leoni se giró para mirar a los chicos. De cierta manera, ya no se sentía tan incómoda. Se percató de que Damián no le quitaba el ojo, y se ruborizó. 
<<¿Qué estás haciendo, Leoni? Tienes pareja>> Se regañó a sí misma

Cogió a la niña de la mano, contaron juntas y salieron disparadas como balas.

- ¡Tened cuidado! - gritaron al unísono. Sonrieron.

- Mujeres... ¿Quién las comprende? Cuéntanos Joseph, ¿cómo conociste a Kumiko? - preguntó entusiasmado Damián.

Otro momento de tensión. Iba a ser la primera vez en su vida que tenía que mentir y no era de lo más apetecible. Respiró hondo e intentó rebuscar en el baúl de los recuerdos. ¿Cómo iba a contarles que solo pudo saber su voz robótica? ¿Cómo iba a contarles que hasta unos días después no tomó forma? ¿Cómo iba a contarles que era un sueño? Una imagen se le cruzó por la mente.

- En la estación de tren. - contestó finalmente. - Andaba cabizbajo, mirando cada dos por tres el reloj de bolsillo, pensando que no iba a llegar al Monasterio y gracias a mi sutil torpeza, mi equipaje chocó contra el suyo y allí estaba ella. Con una pamela bordada gigantesca y su vestido rosa - un escalofrío recorrió su columna, como si fantasear con esa "mentira" en cierta parte, fuera prohibido. Y lo cierto, es que lo era. Se le había olvidado por completo  que era un Hijo de Dios.

- ¡Caramba! Es la chica del tren ... - comentó divertido Mateo - ¿Y cómo llegaste a quedar con ella? ¿Te expulsaron del Monasterio?

- ¡No, por Dios, no! - se horrorizó - Estuvimos hablando en el trayecto, bueno, medio conversando, porque vino para aprender bien la lengua española en casa de sus tíos. Fue muy gracioso. Ha perdido parte de su acento natal, pero cuando se enfada, maldice en chino o canta en su idioma. - se desvió - El caso es que, le dije como pude que era monje y que si necesitaba un amigo para poder practicar la escritura, le ayudaría encantado. - le dedicaron una mirada pícara - No seáis mal pensados, lo dije con buena intención.
Así que lo único que hizo fue firmar las cartas como si fuera su tío. Hasta que un día, cuando tuvimos el permiso, pudimos reencontrarnos en una cafetería y charlar abiertamente. Pasó año y medio sin volver a verla.

Los hermanos escuchaban intrigados la historia, asombrados por la espera y lo bien que guardó el secreto.

- A eso lo llamo yo una historia de amor.

A pocos metros, se reunieron con las señoritas que se quitaban una a la otra los restos de hojas mientras seguían riéndose. Se levantaron y volvieron a sacudirse.

- Si te viera tu madre... - comentó con tristeza Mateo.

- ¿Dónde, dónde está? - preguntó Leoni. Acto seguido se mordió la lengua y se maldijo por ser tan cotilla.

- Vamos, mosntruito. Hagamos los honores de abrir la casita mágica del abuelo - le miraron con cara de soslayo y cierto arrepentimiento por haber formulado la pregunta.

- Brígida era una mujer muy especial. Nunca había conocido a nadie luchar tanto por lo que deseaba. Coincidimos en el St. Patrick's Carlow, estudiando juntos. Yo fui allí para aprender irlandés y cambiar de aires.Y ella me demostró que todo se podía, tenía un carácter fuerte, testaruda.  Estuvimos saliendo juntos durante muchos años. Su familia era adorable, gente noble y sencilla. Me querían y me siguen queriendo mucho. Un día, nos enteramos de que íbamos a ser padres y fue una de las mejores cosas que nos puedo pasar en la vida. Teníamos una casita acogedora y bonita; un veintinueve de febrero me pidió matrimonio, en mitad de la Plaza Central. Era el único día en que la mujer podía pedir la mano del hombre. Me sentí la persona más amada del mundo. No os imagináis cuánto. El sacerdote que nos iba a casar nos había visto crecer juntos.
Pero se enteró de que estaba embarazada y se negó.  Allí no son cristianos, pero queda algún que otro que respeta su lealtad. - miró a Nathaniel en modo de disculpa - Y a los siete meses, nació Kendrah, se adelantó. Tenía ganas de conocernos, como si le faltase tiempo. Y parece que lo había sentido. 
Cuando apenas tenía un año de vida, me arrebataron a mi mujer de mis brazos por tener un hijo fuera del matrimonio y por intentar casarse con un español.
Mi castigo fue dejarme infértil, permitiendo que ella lo viera. Que fuera testigo de cómo iba a morir delante de sus ojos, desangrado y amordazado.
Recuerdo cómo gritaba - jadeó - No se lo merecía. Estaba semiinconsciente cuando me percaté de que la habían atado, pegado y forzado. Me llamó varias veces. Parecía no tener miedo.
Me miró por última vez, y como si no pasase nada en aquella habitación, me murmuró: "Eres y serás un padre espléndido. No tengas miedo. Ella me vengará. Te quiero..." Y de repente, ¡pum! - dieron un brinco - Le dispararon delante de mí. Nunca me he sentido tan inútil en mi vida. Por eso, ahora soy profesor en una escuela. Corren tiempos duros, pero intento que no haya discriminación, aunque cueste.

Leoni no pudo evitarlo, y dejó que sus lágrimas surcasen por las mejillas. Nathaniel le ofreció un pañuelo y le agarró dulcemente por los hombros. Por muy pequeño que fuera, cada contacto era esencial para él.
Nathaniel le tendió la mano al joven "no viudo", en señal de pésame.

- No pasa nada. De eso hace siete años, uno se va limando sus penas.

Entraron al cobertizo, donde Damián y Kendrah los esperaban sentados.
No dijeron palabra alguna. Solo se quedaron boquiabiertos.

Las paredes eran de piedra, pero no entraba el frío. Las cortinas eran de un dorado impecable, todos los muebles de madera blanca, con una pequeña y acogedora chimenea, donde se dejaba pasar una espada a modo de decoración. No había muchos muebles, pero sí que lo necesario para retirarse unos días. Una diminuta cocina, un congelador enorme, un par de sillas, una mesita redonda; un aseo y una cama de matrimonio. Cuya colcha fue bordada a mano por la madre de Ana por regalo de la boda de sus padres.
Un detalle muy romántico.

- Todavía no habéis visto lo mejor - volvieron a salir y contemplaron la vista del pantano.

Leoni se quedó prendada del paisaje y Nathaniel se rascaba la nuca estupefacto. ¿Seguro que no había estado aquí antes?

- Kumiko - llamó Damián .- Creo que a mi madre le gustaría que vieras esto... ¿Puedo robártela unos minutos? - preguntó amablemente al "prometido", el cuál no apartaba la mirada entre ambos. Le contestó con mano temblorosa.

- Tranquilo. Todo irá bien - le susurró Leoni.

Se volvieron a mirar unos segundos más antes de separarse. ¿Por qué se sentía atraída por él de alguna manera? Aunque ella quisiera responder que no quería apartarse de Nathan en ningún momento, sus actos se la jugaban  antes que sus pensamientos.

- Joseph es un buen amigo mío. No sabes lo contento que me hace veros juntos. Será un marido excepcional. - se giró hacia ella y se colocó más cerca - Gracias por hacerle feliz, Kumiko.

Ella no supo qué responder, tan solo le salía sonreír. Un vuelco. Un palpito. Un mareo.
Damián apartó las armas de unas cuántos árboles que se cruzaban en su camino y finalmente llegó.

- El famoso Pozo de Los Deseos.

No era el típico pozo redondo. Sino uno semi cuadradro formado por piedras y rocas. Las ramos habían crecido más de lo normal, las hojas habían tornado alrededor de él y la suave brisa mecía al medallón de hierro que colgaba de él.
Le invitó a acercarse un poco más. Ella titubeó por un instante. ¿Pero qué daño podría hacerle aquel rostro angelical? Dio un paso al frente dubitativa.

- Tenemos que tirar de la cuerda, hay que recoger el regalo, si hay suerte, claro.

Leoni llena de curiosidad, colocó sus delicadas manos sobre la áspera cuerda. Tiró un poco de ella. Resopló. Lo intentó de nuevo, peor esta no paraba de estar tensada. Damián colocó sus manos encima de las suyas. 
De nuevo, una punzada en la cabeza. Flaqueó, y el joven no dudó en soltarla para poder agarrar con firmeza a la rubia.

- Gracias, estoy bien .- se recompuso en seguida, algo molesta.

Esta vez, solo tiró de él. Un pequeño cubo subió y dentro se posaba una hermosa rosa negra.
Leoni se quedó pasmada, nunca había visto algo semejante. ¿Cómo podía existir eso? ¿Cuánta realidad había en todo aquello?
La arrancó con suavidad y se la entregó.

- Cada año crece unas cuántas desde allí abajo. Nunca hemos descubierto su paradero. Lo único que conocemos de ella es que se llama Halfeti, proviene de Turquía y tiene dos significados. Vida eterna o amor eterno.

Al agarrar la rosa, Leoni se quedó bloqueada. Su mente había sido trasladada a otro lugar. Una muchacha estaba corriendo en dirección al pozo, sostenía la cuerda con fijeza y lloraba desconsoladamente. 
No pudo evitar seguirla.

- ¿Por qué? - vociferaba ella - ¿Qué hemos hecho para merecer esto? - otra flor fue recogida entre sus manos.

"Mi amada Flora, muestra a Cloris, Diosa.
 Estando en Jardín, lucirás hermosa.
 Estando en  Pozo. perecerás por pecadora.
 Mi amada Flora, muestra  Cloris, Diosa.
Devuelve a la vida lo que tu luz aporta.
Devuelve a la muerte lo que tu color abandona.
Mi amada Flora, muestra a Cloris, Diosa.
Que mis deseos sean consignados, ahora"

Esperó unos instantes. Nada. Su llanto fue más profundo. Leoni se acercó a ella y posó una mano en su hombro.
De repente, las dos se unieron en un mismo grito. Una misma agonía. Su propio reflejo estaba al descubierto.
Halfeti le había robado su alma.



Missy Slyon.