viernes, 25 de abril de 2014

Capítulo II

Monasterio de San Pablo
Peñafiel, provincia de Valladolid
2013


Qué buen amigo era Gianluca. En la nota decía que le había pasado a buscar unos cuántos veces para ir a cenar y luego para hablar un rato con él, pero no había sabido nada, así que había entrado para comprobar si estaba bien y de paso le dejó un caldo calentito para que comiera algo.
Miró el cuenco que reposaba sobre la repisa con cuidado de no estropear nada, podía ver la sopa aún echaba humo; señal de que hacía poco que la había traído y agradecido se levantó a tomar un poco.
Desde hacía unos meses tenía la misma pesadilla todas las noches, en el mismo sitio, la hora, el tren, las sombras... alzó de nuevo la mirada hacia la luna, a veces sentía envidia de ella. Vivía en la noche y dormía de día, era la protección y velación de todo el mundo y a Nathaniel le gustaba pensar que cuando estaba nueva, su otra parte se encontraba viviendo la vida, saboreando cada bocanada de aire fresco, aprovechando el tiempo, sintiéndose segura, libre, el centro de miradas...
Quizás el abuelo tuviera razón, tal vez la llamada había sido algo precipitada y no estaba preparado para aquella aventura y debía de vivir los acontecimientos de la gente de su edad.

Prisionero de sus pensamientos, se volvió a vestir y fue en busca de su amigo, necesitaba desahogarse e intentar poner en orden sus pensamientos.
Avanzó por el pasillo con pasos ligeros y sin mirar atrás, todavía le daba miedo e incluso creía haber visto más de una vez cosas que no estaban allí.
Habitación 301, llamó con delicadeza, sin pausa pero sin prisas. Intentó ver algo por las rejillas, pero no existía ni un ápice de luz, así que llamó de nuevo y esta vez los golpecitos fueron un poco más bruscos.
Esperó un minuto, dos... posiblemente tres...

- Gian... Gigi, por favor, despierta... - murmuró con un hilo de voz.

Otro minuto, otro golpe.

-  ¿Gigi, estás? Ne...

Una mano le tocó el hombro izquierdo y dio un bote junto a una exclamación. El amigo parecía sumamente tranquilo, como si lo hiciera cada dos por tres, e incluso tenía la nariz más roja que de costumbre.

- No me vuelvas a dar esos sustos, por favor... Un día de estos vas a hacer que me dé un infarto.

- No seas exagerado. Anda pasa.

El interpelado abrió la puerta con rapidez, él siempre decía que las cosas habían que hacerlas de forma rápida. Así se entraba antes y nadie se musitaba.

- ¿Qué te ocurre, JN? ¿Otra vez esa pesadilla?

- Nunca termino de tenerlas, que es distinto... No puedo más. Cada día estoy más cansado, el pensar me agobia, las paredes de mi habitación me hacen perder la noción del tiempo, el monasterio me está ahogando... Hoy hablé con mi abuelo y creo que tiene razón Gigi. Debería de renunciar a mis votos, colgar la sotana por un tiempo y experimentar cosas - habló apresurado, recorriendo la pequeña habitación de un lado a otro, llevándose las manos a la cabeza más de una vez.

- Te noto un poco estresado. ¿Me equivoco? - negó con la cabeza - Aguanta un mes más y luego vente conmigo. Pasaremos unas vacaciones en mi país, sé que te gustará. - sacó un mechero de los bolsillos de la sotana y encendió un cigarro - Esto es gloria hermano.

- ¿Cómo voy a irme contigo? ¿Qué pasa con mi familia, mis amigos...? Eso no es gloria, te estás matando poco a poco, idiota.

- Igualmente voy a morir, así que, ¿por qué no hacerlo de la forma que quiero? - sonrió de forma pícara.

- Estás loco.

- Error. El que se está quedando paranoico aquí eres tú.

El joven le dedicó una mirada furtiva y su amigo comenzó a reírse con esa risa tan peculiar que tenía; así pues no pudo contenerse y reír junto a él. Todo fuera para quitarle hierro al asunto.
Admiraba a Gigi. Cada día lo tenía más claro. Era todo lo contrario a él, nada más había que verlo. Rubio de ojos grises, con su tez más bien pálida como buen extranjero que era, sus marcadas pecas y la nariz puntiaguda; e incluso tenía las orejas dilatadas, pero las escondía con tiritas haciéndoles creer a todo el mundo que tenía un problema desde que nació. Ni era muy delgado ni gordo, estaba genial y era más bien musculoso.
Nunca se había preguntado si era tan guapo como él; de hecho intentaba no mirarse en el espejo con frecuencia. Pensaba que el alma era la cara de la vida y no el físico, pero era mirar a su amigo y se sentía insignificante al lado suyo.

- Oye, ¿me consideras guapo?

El amigo palideció al instante.

- No soy gay - suspiró cansado - Es solo que a veces cuando te veo, me siento un poco inferior.

- Es evidente. Soy gloria bendita y lo sabes - sonrío. A lo que el joven le dio un puñetazo en el hombro sin llegar a hacerle daño. - Ven aquí.

Gianluca le agarró de la sotana y le obligó a colocarse en frente del espejo a pesar de oponer su resistencia.

- Por favor, tío...

- Por favor tú JN.

Le apretó un poco más de los hombros para que se colocara recto y a continuación le subió la barbilla con un golpecito, justo como lo hacía su abuelo.

- ¿Qué es lo que ves?

- Solo soy yo.

- Oh, bravo. Eres más inteligente de lo que pensaba. Te hablo muy en serio Joseph - odiaba cuando le llamaban por su primer nombre, apretó las mandíbulas haciendo marcar más sus pómulos.

A pesar de que era la cosa más estúpida que podía existir en la tierra, un simple acto de mirarse en el espejo, hacía que el corazón le fuera a mil por hora. Siempre había tenido tanto miedo de fijarse en el físico de las personas, en que se les subiera el ego a la cabeza, que incluso cuando miraba a su amigo se sentía un mal educado por observar como era él de forma exterior.
Respiró hondo unas cuántas veces y pestañeó unas par antes de empezar.
Miró a su amigo y éste asintió con la cabeza.

Y ahí estaba él , intentando mirarse a sí mismo después de tanto tiempo sin hacerlo, pero fue ver su pelo y se tapó la cara rápidamente. Le temblaba todo el cuerpo.
Gianluca al ver su reacción le agarró con fuerza e hizo mirarle a los ojos.

- Eh, eh, JN. ¿Qué pasa tío? ¿Por qué te da tanto miedo el espejo, fobia? ¿Tienes complejos? ¿Te pasó algo de pequeño? - los ojos grises del muchacho se movían preocupados de un lado a otro.

Nathaniel no podía moverse, se había quedado ahí de pie, como una piedra. El interpelado no dudó en un solo momento en agitarle como si de un saco de boxeo se tratase. El joven trató de balbucear:

- Es... yo... cuan.. mis dedos... roto...

- ¿Qué? ¡Nathan por el amor de Dios! - le abrazó con fuerza.

Estuvieron así durante un rato, hasta que el chico tuvo de nuevo su calma y una respiración normal.

- ¿Quieres sentarte? - negó con la cabeza. - ¿Qué te ha pasado tío?

- Perdona Gigi, es que cada vez que me asomo al espejo me veo a mí mismo en la pesadilla. No puedo hacerlo solo.

- Joder, lo siento Nathan. No pretendía hacerte daño.

- No tienes la culpa. No sabías nada...

- Si quieres lo dejamos para otra...

- No. - cortó en seguida. - Sé que me vas a ayudar si me vuelve a pasar. Yo confío en ti Gianluca y sé que si alguna vez me pasase algo, ahí estarás tú.

- Por supuesto que sí Nathan. Pero joder no dramatices, que no te mueres. El que me vas a matar de un infarto cualquier día vas a ser tú... - confesó con un nudo en la garganta.

- Para ser un fray, dices demasiadas palabrotas... No seas grosero.

- No me jodas ahora. Siempre he sido así. Ya... ya Dios me perdonará. Venga, vu... vuelve a ponerte en el espejo.

Ambos se dedicaron una sonrisa de cómplice. A Nathaniel le gustaba ver como Gigi dejaba su lado de chico duro y empezaba a tartamudear cuando le preocupaba algo. A pesar de todas sus palabras mal sonantes, su acento marcado, los ojos inexpresivos como si nada ni nadie les importase, y su aspecto rudo, mostraba su lado tierno en estas situaciones, aunque en seguida se recomponía y volvía a ser el mismo. Parecía que tenía un caparazón hecho a medida.

Esta vez, Gianluca le tenía agarrado con fuerza por si las moscas. Dejaba pasar una, pero no dos. 
No hubo ningún titubeo, ni siquiera pestañeó, tan solo se estaba concentrando en lo que trataba de ver y no en lo que pretendía su mente que viese.
Y por fin, después de tanto tiempo, ahí estaba él. Con una cabeza más baja que su amigo, con un cabello tan negro como el carbón. Su nariz en forma de patata, unas cejas marcadas, sus labios eran finos en la parte superior en forma de una montaña curva y carnosos en la parte inferior. Y llegó a sus ojos, los tenía de un color verdoso preciosos, sentía que él mismo se podía perder en ellos junto a sus largas pestañas y rizadas que hacían resaltar aún más su encanto. Por supuesto, a diferencia de su amigo, era más bien flacucho pero de cuerpo esbelto, digno de joven adulto.

- ¿Te gusta lo que ves? - preguntó tras un rato en silencio.

- Creo... creo que sí.

-¿Crees? Joseph, eres realmente guapo. No hace falta tener unos musculitos como yo, tú tan solo con los ojos enamoras seguro.

- ¿Perdona? - se asombró.

- Ya lo has escuchado. No soy de repetir las cosas dos veces. - le guiñó un ojo.

Estuvieron charlando durante una hora más o menos. Cuando estaban los dos juntos, el tiempo parecía detenerse, tan solo existían sus conversaciones y sus largos secretos que jamás habían salido a la luz anteriormente.
Cualquiera que los viera podrían decir que a pesar de sus diferencias parecían ser de la misma familia. Estaban tan unidos... eran como uña y carne, ambos sabían que si alguno de los dos flaqueaba el otro estaría ahí para ayudarle a levantarse, que si uno no veía, sería la luz en el fondo del pozo, si uno no respiraba, hacía lo que hiciera falta para que volviera en sí.
Uno tan duro y otro tan tierno. A la vez tan distintos pero iguales.

El rubio se había quedado dormido sin darse cuenta, así que Nathaniel le arropó y salió de la habitación en silencio, dejando que su amigo pudiera descansar. Era la primera vez que iba sonriendo en la oscuridada a pesar de otro miedo que le tenía, pero aquella se fue desvaneciendo cuando una voz dulce y cantarina le hizo dar un brinco.
"I feel like I´m dreaming again.
 I feel like I´m seeing again.
 I feel like I´m breathing again..."

- ¿Qué?

No daba crédito a lo que oía. ¿Estaba realmente paranoico?
"I feel like I´m dreaming again.
 I feel like I´m seeing again.
 I feel like I´m breathing again..."

Corrió asustado a su habitación. Antes las pesadillas y ahora una voz dulce que cantaba por los pasillos lo estaban perturbando cada vez más.

" I got it under control- ol- ol...
  I got it under control- ol- ol...
 I got it under control- ol- ol..."

- Por favor para... Esto no puede ser verdad...

El muchacho se tapó los oídos para no tener que escuchar una y otra vez la misma canción que no dejaba de repiquetear. Parecía que llevaba unos cascos y la música subía a todo volumen cada vez más y más insistente. 
Miró la hora del reloj y para su sorpresa, volvían a ser las doce y media de la madrugada. Y así fue como por segunda vez en la noche, todos sus huesos se rompían, rasgando todo su cuerpo hasta hacerle sangrar. Una vez más se había salido de sí mismo y tan solo la luz de la luna reflejaba su esqueleto inerte en la cama y su alma vagante reflejada en el cristal.



Missy Slyon.




viernes, 18 de abril de 2014

Capítulo I

Monasterio de San Pablo
Peñafiel, provincia de Valladolid
2013




Estaba siendo uno de los peores días que jamás creían que volverían a ver, pero por desgracia un año más se volvió a repetir.
Cada día doce de cada mes, llovía como si fuera el fin del mundo. Millones de tormentas y truenos amenazaban los cielos y corría el fuerte viento.
Probablemente, no fuera el mejor día para hacer una misa, pero así debían de hacerlo.

-¿Nathaniel?

- Sí, dígame Fray - carraspeó avergonzado.

-¿Cuántas veces tengo que decirte que no me hables de usted?

Bajó del alfeizar de la ventana y se reunió con él. Ambos miraron la sala. Montones y montones de estanterías relucían  a los lados de las ventanas y sus alrededores, el piano de cola negro en la izquierda, el escritorio en el centro de la habitación junto a sus dos sillones para los invitados, cortinas altas, alargadas y grandes de color verde y sofás en unos tonos beis. Le encantaba aquel sitio, lo encontraba sumamente encantador.

Recorrieron los largos pasillos del monasterio, contemplando la hermosura de sus cuadros, ladrillos, velas que contenía en su espacio... Parecía haberlo sacado de una película, pero lo cierto es que aquello era una magnífica casa.
No hablaron durante el trayecto. Tan solo oían a lo lejos el cantar de los monjes mientras que el olor a incienso les embriagaba el camino, haciéndoles cosquillas en la nariz, se sonrieron el uno al otro. Y llegaron así, escuchando la frase favorita del Fray:

-"Amaos unos a los otros como yo os he amado"

- Amén - dijeron ambos al unísono.

Se sentaron en los bancos que daban cara al público e intentaron seguir la misa, aunque para Nathaniel siempre les costaba al principio dado que su nerviosismo le invadía cada tuétano hueso de su cuerpo.
Una vez que finalizó las oraciones, agradecieron a los cristianos por su compromiso, recogieron las ofrendas y apagaron las velas, el incienso y todo lo que podía estar relacionado con el fuego o que pudiera dar comienzo.
Luego, se reunieron en la biblioteca; cogieron unos cuántos libros y salieron, mientras que los más jóvenes debían de quedarse para recibir sus clases y aprendiendo sus aptitudes necesarias.

Horas más tardes, llegaron el turno de las visitas y como cada domingo, Nathaniel tenía a su adorable abuelo esperándolo en la puerta de entrada del despacho.
Lo vio a lo lejos. Se podía ver a la perfección su rechoncha y graciosa barriga intentando ser escondida en la camisa de cuadros amarilla y naranja que hoy llevaba puesta, junto a su pantalón gris y sus mocasines marrones. Sus ojos grandes y azules como el mismo cielo contemplaban con curiosidad uno de los cuadros que posaban en la pared, como no, junto a sus manos detrás como si de un policía se tratase.

- ¡Abuelo! ¿Cómo estáis?

- Mi querido Nathan, ¿cuándo vas a aprender que no me tienes que hablar de usted? ¡Soy tu abuelo! - rió mientras le daba un beso en la mejilla y le invitaba a salir al jardín a tomar un poco de aire fresco. - ¿Qué tal te va todo, Nathan? - avanzaron hasta encontrar un banco para poder charlar tranquilamente.

- Bastante bien abuelo, cada día adoro más este lugar - el anciano hizo una mueca e intentó disimularla con un dolor simultáneo. - ¿Y por casa cómo van las cosas?.- suspiró.

- Tu abuela llora muy a menudo pues está deseando que vuelvas y cocinéis juntos como solíais hacer. No es la única que te echa de menos... - se le empañaron los ojos de lágrimas al escuchar el principio de aquellas palabras. A pesar de que llevaba siete meses allí, aún no había salido una sola vez para verlos de nuevo o visitar la ciudad hasta que le dieran la orden.

-¿Y papá cómo está? - preguntó después de un breve silencio.

- Ya sabes, de Norte a Sur; de Este a Oeste... pero bien, le va muy bien.

El chico bajó la mirada y fingió posar una bonita y tímida sonrisa.
Permanecieron así durante un rato, contemplando el hermoso paisaje que les mostraba el jardín. El color tan verde que lucía como un campo en primavera, el cantar de los pájaros sonaban melodiosos y dulces, la brisa era más delicada y húmeda que el día anterior e incluso parecía que te acariciaba... Deseaba poder sentir de nuevo aquella brisa en el mar...
El abuelo aferró  la mano del joven y el simple contacto le hizo despertar de sus pensamientos.

- ¿Va todo bien, hijo?

- Claro. Es solo que yo también os echo de menos.

Se miraron el uno al otro y se fundieron en un tierno abrazo. El olor de su abuelo siempre le reconfortaba, le hacía sentir como si estuviera en casa. Ni era agrio ni dulce, tan solo se podía apreciar la mezcla entre jabón y a volante desgastado y eso era lo que le hacía especial. Único.
También le gustaba como su barriga topaba con la suya y le hacía sonreír más de una vez. Sin duda, esos abrazos eran los favoritos de Nathaniel, quizás no tenía palabras para decir casi nunca, pero ahí estaba su tacto para arreglar los momentos.

- A veces, imagino como habría sido mi vida si no hubiese elegido estar aquí.- confesó el chico.

- ¿Y te gusta? ¿Qué es lo que ves?

- No lo sé... es muy distinto a todo esto. Ya sabes que siempre me gustó la idea de viajar y conocer el mundo.

- ¿Crees que algún día podrás hacerlo?

- Bueno, podré tan solo si dejo mi vocación.- rió suavemente.

- Haz las maletas y vete Nathan, no seas bobo. Aún estás a tiempo, eres joven y libre. Quizás ahora la llamada de Dios ha sido demasiado pronto y no estás preparado.

- ¿Crees que Dios solo me haría eso para experimentar esta vida? - le miró con cara de pocos amigos y le dedicó una tímida sonrisa. - Abuelo, este es mi camino, mi destino... Algún día, semana, mes, año... puede que encuentre otro sitio, pero por ahora es estar aquí.

- Nathan - le cogió de la barbilla, le miró fijamente a los ojos y con una sonrisa pícara añadió: -¿Crees que tu abuela llegó a mis brazos por obra y gracias del Espíritu Santo? - rieron- La conocí en mi viaje a Francia, con esos labios carnosos en carmín , sus pestañas postizas y la nariz empolvada; y de todas aquellas señoritas sin anillos en los dedos, ella fue la más natural, la que cautivó mi corazón... ¿A caso eres de la otra acera? Oye, no tengo nada en contra de ellos, sabes que soy muy moderno - le guiñó un ojo y rompieron a carcajadas. - Dime, ¿cuando fue la última vez que besaste a una chica?

- ¡Abuelo! - se sonrojó.

- Tenemos confianza, ¿verdad? No seas vergonzoso conmigo.

- Pues... - sus mejillas ardían cada vez un poco más, nunca comprendería por qué era tan delicado en estos temas. - Puede ser que con doce años.

- ¿Doce? ¡Por el amor de Dios! Tienes dieciocho, querido.

- Bueno, ella me gustaba y solo era un crío...

- ¿Y el resto de estos años qué has estado haciendo?

- Estudiar, crecer, ser educado, convertirme en más tímido, ser obediente...

- Ese es tu error hijo mío, siempre tan bueno - le dio un tirón en la nariz como si de un niño pequeño se tratase - A veces debemos de saltarnos las reglas para comenzar a saborear la vida. Tenlo en cuenta siempre.

Y así fue como el atardecer comenzó a caer sobre el jardín y todo lo que le rodeaba, también con él se fue el abuelo a casa con la despedida de un gran y dulce abrazo.
Volvió a recorrer el enorme pasillo que debía de pasar hasta llegar a sus aposentos. Una vez allí, tras cerrar la puerta y descalzarse; colgó su sotana, el alzacuellos, las medias, la faja, el largo y ajustado pantalón que le apretaba en la cintura...
Dio un suspiro tan profundo e inmenso como cuán "grande" su habitación era. Lo miró de arriba a abajo, aunque a decir verdad no es que fuera muy amplio, pero aún así, allí guardaba todo aquello que él amaba.
El cojín bordado de su abuela de color Burdeos con sus iniciales, el cuadro grande que colgaba de la pared en la que aparecían todos en casa de los abuelos, el bonsai de su madre que se depositaba en la mesita de noche junto al viejo libro del abuelo y las cartas del padre que le envió durante el primer mes de su estancia allí; el perfume de su mejor amigo colocado a la perfección el la repisa junto a sus libros favoritos que había traído de casa... Se llevó las manos a la cabeza y sacudió su pelo negro rapado al uno por los lados y un tupé despeinado, besó su colgante que estaba grabado en forma de trébol y se tumbó sobre la cama dejando que el peso de sus párpados cerraran sus ojos.

" Miré a mi alrededor, todo era viejo y mugriento a pesar del olor dulzón que emanaba de las calles, aunque  para ser precisos no era una calle donde me encontraba, sino más bien en una estación de tren. Miré el reloj de la iglesia que se podía ver desde lejos. Doce y media de la madrugada, deduje por la falta de iluminación del sol.
Parecía estar solo, o eso creía... Al fondo de las vías pude contemplar con la vista algo nublada una sombra que se posaba de pie mirando fijamente al recorrido del tren. Sentí curiosidad, así que me acerqué  poco a poco y con los ojos como los búhos fui prestando atención a todo lo que podía llegar a ver.

- ¿Hay alguien ahí? ¿Se... se encuentra bien? - pregunté algo nervioso.

Creí que me había contestado puesto que vi como unos labios se movían, pero una luz potente y cegadora que venía detrás de mí me impedía divisar el campo de visión con exactitud.
Me paré para escuchar el sonido del tren, a las ruedas en movimiento, los cambios de raíles... pero algo me parecía demasiado brusco. Agudicé mi oído y horrorizado me di cuenta que iba demasiado rápido para la hora que mostraba el reloj. Volví mis ojos hacia lo que yo creía que podía ser persona  y de repente todo fue a cámara lenta.
Yo, humano pequeño y frágil, me había salido de mi cuerpo y con aturdimiento observé como corría a por la sombra, pero al parecer fue demasiado tarde... Todos mis esfuerzos fueron en vano, sentí agonía y ardor en mi pecho. Me dolían cada efímero hueso de mi cuerpo, como si me hubiese atropellado aquel tren en vez de aquello que fuera eso y fue ahí cuando me vi a mí mismo aplastado entre las vías del tren, con los ojos desencajados de sus órbitas y los trozos de dedos aún colgando en mi colgante.
El corazón me iba a mil por hora, me costaba respirar y apenas me sentía dueño de mí mismo, al fondo, el tren había seguido con su destino como si nada hubiera ocurrido.
Mi garganta comenzó a picar y arder; mi voz quebrada  pedía auxilio sin que yo tuviera uso de razón.
Cerré los ojos y cuando los volví a abrir de nuevo, volvían a ser las doce y media de la noche y volvía a la posición inicial."

Nathaniel se levantó sobresaltado, con sudor en la frente e incluso le brotaba sangre de la nariz. Con respiración entrecortada miró el reloj. Tres menos cuarto de la madrugada.
¿Cómo había podido dormir tanto? Pensó.
Se levantó de la cama con flaqueza y abrió la ventana para respirar un poco de aire. Sentía que no era el suficiente en aquella habitación.
Tras una breve pausa cogió la carta que su amigo le había dejado en las rejillas de la puerta, suspiró y comenzó a leerla en silencio, dándose golpecitos con el colgante en los labios.


Missy Slyon.