sábado, 21 de junio de 2014

Capítulo VI

Monasterio de San Pablo
Peñafiel, provincia de Valladolid
2013





"Sentí una presión en el pecho y me encogí un poco sobre mí mismo; para mi asombro, ella también lo hizo a mi vez.
Nos quedamos mirando el uno al otro sin decirnos nada. Con el rabillo del ojo pude ver como sus otros dos amigas tenían clavadas las miradas en nosotros.
Me agarró de la chaqueta, me empujó con suavidad hacia la puerta y me zarandeó.

- ¿Qué está ocurriendo? Es la segunda vez que nos vemos en la "vida real". Puedo hasta tocarte, ellas pueden verte... - movía los ojos de un lado a otro. - Estás helado, ¿te encuentras bien?

Le dediqué una curva sonrisa, le quité las manos de encima mío y me aparté de ella. Caminé hasta la chica morena y acto seguido me quité la cazadora para ofrecérsela. Estaba temblando como un flan.

- Gra... gracias.

Los colores de sus mejillas aumentaban por segundos. Negué con la cabeza.

- No las des. No es nada.

Permanecimos en silencio durante un rato, observándonos los unos a los otros, hasta que llegó el camarero dando un portazo al entrar en la habitación sin querer.

- Chicos, ¿estáis bien? Perdone, le agradezco lo de antes, pero no puede estar aquí - dijo topándose conmigo.

- Tranquilo Dylan. Es mi primo, está de visita.- fingió la rubia.

- En ese caso, un placer. ¿Queréis tomar algo?

- Tres Manhattan por favor.

- ¿Y tú...?

- Nathan. Agua, si es tan amable.

Me miraron estupefactas.

- No bebo alcohol. De hecho la botella de Bourbon que había en mi mesa, no me la he bebido.

- Vaya, ya me queda claro para la próxima que no debo invitarte a un licor tan caro - me guiñó el ojo  y reímos mientras se iba yendo.

- Nathan, ¿podrías acompañarme un momento? Necesito hablar contigo.

- Claro.

Tuvimos que pasar por el bar de nuevo y ya solo quedaban unos amigos del conocido. De paso, recogimos las bebidas e hicimos una pequeña parada para que ella saludara a los acompañantes hasta llegar a los servicios, los cuales les echó el pestillo para que no entrase nadie.
Nunca antes había estado en un baño tan perfumado y limpio, me sorprendió.
Se sentó en el lavabo y le dio un sorbo a la copa, cerró los ojos y se mojó los labios para saborearlo con más ganas.
Me sacudí el pelo, vaya nochecita estaba teniendo.

- ¿Cómo está mi hermano? ¿Sabes cuando viene?

Le miré con los ojos como platos. Eso sí que no me lo esperaba.

- Ehr... Sí, está bien. Bueno, algo preocupado. Me está cuidando, la verdad es que si no fuera por él, seguramente ya hubiese muerto. Y no, no sé cuando va a venir. Hoy le dije que aceptaba el venirme aquí de vacaciones con él, pero claro... Mi madre ahora mismo no quiere saber nada de eso.

- ¿Cómo? No sé si he escuchado bien... ¿Mi hermano te está cuidando? Vaya, eso sí que es curioso. No es de sentir afecto hacia los demás, le da igual el resto del mundo sino es su familia o él.

Me reí con suavidad.

- Gigi ha cambiado mucho. ¿Ya has hablado con él?

- Si es cierto eso, será toda una alegría. A pesar de todo, el Monasterio le ha servido. Claro. El primer día que nos conocimos en mi habitación, esa llamada fue de él.

Me quedé boquiabierto. ¿Significaba entonces que en el hospital Gianluca había estado hablando con ella? ¿Era ella "gordi"?

- ¿Os llamáis "gordi"?

-Sí, desde que éramos pequeños. De hecho, yo fui la que le empezó a decir Gigi porque no podía decir su nombre completo, ¿lo sabías?

- No... Sinceramente no sabía de tu existencia hasta que me dijiste que eras su hermana...

Esta vez fue ella quién me miraba conmovida.

- Él es muy reservado, ya lo sabes. Quizás tiene miedo de decírmelo, no estoy seguro.

- Ya hablaré con él - le dio un sorbo molesta.

- ¿No te tomará por una loca? - le guiñé un ojo y ésta me dio un golpe suave en el hombro. Reímos.

- Oye... Antes has dicho que mi hermano te estaba cuidando. ¿Estás bien?

Tragué saliva. Llegó el momento de contarle qué me estaba pasando. Noté unos sudores fríos por todo el cuerpo.

- Llevo algunos días ingresados, no sé cuántos en realidad porque casi todo el tiempo estoy durmiendo y tampoco sé qué me ocurre. De ahí supongo mi estado corporal.

Palideció al instante y rápidamente bajó del lavabo para darme un abrazo. Noté cómo mis mejillas comenzaron a encenderse.

- Perdona por haber sido tan dura, pero soy igual que mi hermano, no puedo evitarlo. Espero que mejores pronto y pueda seguir viéndote...

No pude evitar esbozar una sonrisa. Lo cuál, ya no aparecía en el espejo; así que tan pronto como vino, tan rápido como se desvaneció. El corazón me dio un vuelco.

- Te... tengo que irme. Algo, algo no va bien.

- ¿Qué pasa Nathan? ¿Qué te preocupa?

- No... no aparezco en el espejo.

Se giró asustada y comprobó si ella misma se veía. Por la expresión de sus ojos deduje que el que estaba "al otro lado" era yo.

- No sé qué puede estar ocurriendo, pero por favor... Mejórate y vuelve aquí. Tengo muchas cosas que preguntarte.

Me agarró fuerte de la mano y nos estuvimos contemplando en el espejo hasta que yo, con el mismo dolor punzante de siempre, desaparecí".


Hoy el día se presentaba nublado, cargado de tormentas y lloviendo a cántaros. Sin duda, los días más odiados del joven enfermo.
Estaban todos reunidos en la habitación, hablando tranquilamente y viendo la mejoría de Nathaniel cuando de repente todos fueron evacuados de ella.

- Las constantes están bajando, ¡rápido señores! ¡No lo podemos perder! - gritaba una señora menuda y con un recogido.

El corazón de Nathaniel comenzó a agitarse, podía notar como la sangre le fluía con más rapidez.
Entró una camilla con un muchacho en ella. Podía verse con claridad que estaba al borde de la muerte.
Tenía una brecha en la cabeza, los ojos morados e hinchados, los oídos le sangraban al igual que la boca. Sus brazos estaban llenos de moratones y arañazos.
El enfermo principal se encogió entre las sábanas, volvió a sentir el mismo miedo como cuando se veía en el espejo...

- Avisad al Doctor Coehlo, tenemos un ingreso en UCI, zona roja. Su causa es por motivo de accidente de coche, joven de veinte años, uno con ochenta y ocho de estatura, setenta kilos aproximadamente. 

Nathaniel tenía los ojos como platos. Pensar que tan solo tenía dos años más que el y estaba al lado suyo entre la vida y la muerte real, era aterrador.
Vio como le colocaban las vías y sueros en unos segundos, cosían algunas heridas con delicadeza y comprobaban su estado cada minuto. Aquel trabajo era duro de verdad...
Él sabía que nunca podría tener la vida de alguien en sus manos, aquello era demasiado arriesgado para él.

Al cabo de un rato, los enfermeros hablaron con los familiares de Nathan sobre lo ocurrido anteriormente y la evolución del chico. Si seguí así, en un par de días estaba en casa, fuera de peligro.
Era tan grande el alivio, que sin darse cuenta se les empañaron los ojos de lágrimas. Al fin una noticia buena después de tanto tiempo.

- No... ¿no podría entrar a despedirme de JN?

- Lo siento, pero el enfermo que entró hace un momento está demasiado grave y necesitamos que se encuentre lo mejor posible.

- Está... ¿está en coma?

La mujer le miró incrédula, pero pudo observar una breve preocupación y no dudó en murmurar un "sí" algo doloroso.
Todos bajaron la mirada y asintieron con la cabeza.


"Si mi máquina me ponía nervioso cuando la escuchaba, que hubiese dos me volvía más loco aún.
Quería mirar hacia todos los rincones de la sala, menos a mi derecha, verle en aquella situación me creaba más pánico.
Con los ojos cerrados, intenté correr la cortina, pero al lado del él, me sacaba como dos cabezas y medias más o menos y mis brazos eran demasiados cortos.
Mi pálpito empezó a aumentar como una locomotora cuando mis ojos verdes se toparon con sus asustadizos ojos avellanas. Di un brinco en la cama sin darme cuenta.
Nos quedamos así, mirándonos el uno al otro, como si estuviésemos mirando al limbo en vez de a nosotros... la respiración de mi compañero era bastante débil y yo me sentía cada vez peor. Necesitaba salir corriendo de aquel lugar.
Cerré los ojos cansado y casi secos, pero cuando los abrí, sabía que había muerto a causa de un infarto. Él estaba en frente de mí, con sus manos arrugadas y manchadas de un tono grisáceo tapando mi boca para que no gritase del miedo.
Moví los ojos de un lado al otro, y para mi sorpresa, él seguía tumbado en la camilla, tan inconsciente como llegó.

- Ti... tienes un don... Pu... puedes verme... No quiero morir... Por... por favor - era desgarrador ver como lloraba y escuchaba una voz tan muerta.- ¡Ayúdame!

Entrelazó su ardiente mano con la frialdad de la mía y sinceramente, sentir aquello no fue nada reconfortante.
La habitación comenzó a girar y girar en círculos como si de un peón se tratase, hasta que todo se tornó a borroso y luego completamente negro.
Y de repente me encontraba en el asiento del copiloto junto a él conduciendo a dos cientos por hora en la carretera, saltándose los semáforos y con los ojos empañados de lágrimas. Iba demasiado arreglado, así que deduje que tendría una cita con la novia o algo similar, aunque a decir verdad, esas lágrimas más bien eran de dolor.

- Mi novia me acababa de dejar, había tenido un día horrible y ella era lo único que me alegraba. Y pum, sin previo aviso y sin nada, me deja... Mi vida es una mierda tío, en serio lo digo. Pero fui imbécil... Tampoco quería esto, y mirando dónde he acabado...

- Lo, lo siento... - fue todo lo que pude decir.- Tú no...

El chirrido de las ruedas, el frenazo, el destello de luz, y los cristales hechos añicos aplastaron todo mi cuerpo. Salimos volando de la luna y acabamos en el suelo. Estaba tumbado junto a él y vi como derramaba su última lágrima antes de entrar en trance. No tardó en llegar las ambulancias y los policías. 
Aún estaba tirado en el asfalto hasta que él vino a recogerme.

- Impresionante, ¿verdad? Estoy tan confuso...

Posé mi mano en su hombro. Y le dediqué una tímida sonrisa.

- Ya verás como todo sale bien. Estaré aquí para ayudarte.

Él comenzó a temblar y mi acto impulsivo fue darle un abrazo. Comprendía su situación, pues yo mismo me había encontrado así hacía días atrás, con la menos suerte de que al principio estuve solo, hasta que llegó ella.

- ¿Dónde estamos?

- En Valencia. - contestó con voz queda.

- ¿Eres de aquí? - asintió con la cabeza. - Bueno "piloto" enséñame esto. - esbozó una sonrisa, la cuál presentaba unos dientes blancos y perfecta.

Antes de empezar a andar me paré, le tendí mi mano y dije:

- Encantado, soy Nathaniel.

- Gracias Nathan, ¿puedo llamarte así? Soy Cristian.

No sabía cómo, cuándo, ni por qué me estaba ocurriendo estas cosas tan raras. Pero de lo que estaba completamente seguro es que yo no era como el resto del mundo. Yo tengo una misión en esta vida, y sé que aunque todo esto no parezca ser lo que es, la cumpliré, porque así es la voluntad de Dios."




Missy Slyon