jueves, 22 de mayo de 2014

Capítulo IV

Monasterio de San Pablo
Peñafiel, provincia de Valladolid
2013






Sin duda había sido una de las peores noches de Gianluca.
Nathaniel finalmente, había sido trasladado al hospital y  a pesar de toda la ayuda que le había ofrecido a su mejor amigo, no sirvió para nada; dado que el muchacho comenzó a apagarse poco a poco.
Justo como le había prometido, no se alejó de su lado un solo segundo. Por supuesto, la familia del joven estaba allí presentes, todos menos su padre.
Una de las cosas que tenía en común con JN es que odiaban los hospitales, el ver a las familias con las ojeras marcadas de trasnochar e incluso de llorar, los gestos de nerviosismo, el reloj colgado de la pared que repiqueteaba con angustia el tiempo, el hedor a medicina, los colores apagados que presentaba...
Se fue acercando hacia ellos con lentitud, tampoco quería molestar en unos momentos tan delicados.
Ajeno de sentirse un extraño, el abuelo fue el primero en tenderle la mano.

- Supongo que usted debe de ser Gentile.

Su voz le pareció tan familiar que le fue imposible no poder evitar esbozar una pequeña sonrisa.

- Llámeme Gianluca, o incluso Gigi si lo prefiere.

- En ese entonces, tutéame también. Mi nombre es Juan.

- Pero, pero... ¿Cómo es que tu nombre es español y en cambio, el de Nathaniel es una mezcla entre inglés y hebrero?

El anciano tampoco pudo evitar una risita baja. Al menos la tensión estaba desapareciendo aunque fuera por unos segundos.

- A mi mujer le gustan los nombres de otros países, de hecho mi hija se llama Rosemary y como ya dice el refrán; de tal palo, tal astilla. Ella lo decidió llamar así por su significado.

- Regalo de Dios. Uno de los doce apóstoles bíblicos. - dijeron al unísono.

- Y Joseph, dedujo que será por su padre. Tradición entre familia por su parte, ¿me equivoco?

- En absoluto.

Ambos se rieron. A pesar de que nunca antes había hablado con el amable abuelo de su amigo, Gianluca se sentía muy cómodo con su presencia e incluso le provocaba serenidad con sus hipnotizares ojos.

- ¿Cómo has sabido reconocerme? Que yo recuerde, no te había visto antes.

- Bueno, ya sabes cómo es él. Cada domingo que vengo de visita, siempre me habla un rato de ti. Y sin duda no iba a faltar aquí la ausencia de su mejor amigo, aunque lleves vaqueros después de tanto tiempo. - le guiñó un ojo.

Al anciano le pareció que el joven se ruborizaba por un momento, pero quizás debería ser el cansancio que por desgracia le brindaba su vista.
Aunque el estar allí era agobiante, fue uno de los momentos inolvidables que Gigi almacenaría en su cabeza para el resto de sus días.
Tuvo la oportunidad de conocer a su encantadora abuela Aurora; dulce, risueña y alocada como un hada. Era una mujer menuda, de unos pequeños ojos marrones llenos de curiosidad, de labios tan finos y delgados como la seda, de unos pómulos marcados y rosados, y como no, su cabello canoso corto que acababa en rizos al final de la coronilla le hacía más coqueta aún. Sin duda era una de las mujeres más hermosas que había visto a lo largo de su vida, al igual que su abuelo, un hombre apuesto y atractivo aún siendo de mediana edad, pues no se le veían tan mayores.
Sin embargo no entabló conversación alguna con su madre. Vio como tenía la mirada perdida en el limbo, sumisa en sus pensamientos. Sintió la necesidad de darle un abrazo y decirle que todo iba a salir bien, pero se quedó ahí pasmado, sentado junto a su familia a la espera de ser citados.

Pasó una hora, probablemente dos y por fin pasaron a verle. A todos les dieron un vuelco al corazón al ver a una de las personas que más querían con la cara más pálida que de costumbre, con los ojos tan rojos como el mismo color, también se le notaban más los huesos e incluso le pitaba la respiración.
Su familia no pudo contener las lágrimas pero Gianluca se mantuvo al margen de todo aquello y se sentó al lado suya, justo como lo había hecho la noche anterior.

- Hey JN, no sabía que tenías complejo de Jack Skellington. - le dio un pequeño golpecito en el hombro sin hacerle daño y teniendo cuidado de no hincarle una vía sin querer.

- Yo tampoco sabía tu complejo de Hulk.

Rieron por lo bajo y a continuación el enfermo tosió. La voz de Nathaniel nunca antes había sonado tan apagada. Le miró de arriba a abajo mientras él volvía a cerrar los ojos cuando su abuela y su madre le besaban las mejillas. El abuelo comprendió la postura del joven y en seguida se unió a él. Se colocó al otro lado de la cama y mientras entrelazó sus manos con las suyas, JN se volvió más confiado para poder preguntar. Tragó saliva y se tomó un tiempo parra hacerlo.

- ¿Qué... qué ha pasado? ¿Dó... dónde es... estoy?

- No te esfuerces hijo mío. Estamos en el hospital desde anoche, estás un poco pachucho pero no te preocupes que todo va a ir bien.

Miró de un lado a otro con lentitud. Veía borroso y las personas les volvía a parecer sombras. No recordaba nada, era como tener lagunas en su memoria. 
No entendía la gravedad de su enfermedad pues sabía que les estaban ocultado algo, pero estaba tan cansado que no le dio mucha importancia y asintió con la cabeza al saber que la gente que le importaba estaba allí junto a él. Sin darse cuenta, volvió a quedarse dormido.
Gianluca se levantó para dejarle espacio a su madre y se sentó en la silla junto a Juan. Era tan odioso estar allí, tener controlado el tiempo de visita que le estaban haciendo enfurecer. Movía la pierna derecha, al igual que apretaba los puños para contener las lágrimas.
No le gustaba nada esa situación, no quería volver al pasado y sentir cómo se desmoronaba otra vez; todo aquello le superaba y tenía más ganas que nunca de volver a casa y ver a todos.

- ¿Quieren que les traiga un poco de agua? - ofreció con voz quebrada.

Los demás asintieron con la cabeza y salió de allí con el corazón a mil por hora. 
Se dirigió a la planta de abajo e hizo una parada en el servicio. Una vez que comprobó que no había nadie, golpeó el secador de manos con fuerza, se arañó la cara y destrozado se encogió sobre sí mismo a llorar con una gran presión en el pecho.
Odiaba esperar y más si se trataba de algo así. Con manos temblorosas abrió la ventada y encendió un cigarro para calmar la ansiedad que todo aquello le estaba provocando.


El día amaneció lluvioso y nublado, eran sus días favoritos, pero por primera vez se sentía más cansada y dolorida a pesar de haber trasnochado como todas las demás noches. Se estiró un par de veces en la cama y luego cogió el camisón y se enfundó en él junto a las zapatillas calentitas. Abrió un poco el ventanal para ventilar la habitación y pudo oler el aroma a jazmín que venía de su jardín.
A continuación bajó a la cocina y saludó a su madre, la cuál estaba tomando un vaso de zumo recién exprimido, le tendió uno para que la acompañara en el desayuno.

- ¿Cómo has dormido hoy cielo?

- Regular mamá. Me encuentro desganada y me duele todo el cuerpo.- la madre sobre protectora que era, abrió un poco más los ojos, le cogió la cara con sus delicadas manos y manicura perfecta al estilo francés y la inspeccionó de arriba a abajo.

- Tienes ojeras querida... ¿Te preocupa algo? ¿Hay algún chico?

- No... si todo me va muy bien, quizás tenga el sueño cambiado.

- No has respondido a mi otra pregunta.

Ambas alzaron la ceja izquierda a la vez y se miraron incrédulas.

- No hay ningún chico, pero... Llevo varios días soñando con alguien que quizás no exista. Siempre nos ocurre lo mismo, él muere y yo lo hago después o viceversa, nos encontramos en lugares oscuros sin poder vernos. Somos como sombras y su voz la escucho modificada. Es algo extraño... - su madre se encogió sobre la silla y se le descompuso la cara. La joven al ver aquello siguió hablando en seguida - Bah, olvídalo tan solo es un sueño y como ya dijo mi gran afane amigo Calderón de la Barca; los sueños, sueños son.- le guiñó un ojo.

Reinó el silencio y llegó el gato de la muchacha rompiéndolo con ronroneo y arrullo dándole los buenos días. Se colocó encima de las rodillas de ella y le dio cabezazos en sus manos para que le acariciase.

- Buenos días gordi, ¿cómo has dormido?

Más arrullos. Lo dejó en la silla y fue al mueble de la despensa a por lata de comida del gato, el cuál se fue detrás de ella a esperar a comer.

- Lo estás mal criando hija, tienes devoción con el felino.

La chica le sonrió al volver a su asiento y cogió un bollo relleno de mantequilla, lo fue comiendo en trocitos pequeños.

- ¿Papá sigue durmiendo? Está de descanso, ¿cierto? - la madre asintió con la cabeza, le dio un sorbo al zumo.

- Escucha tesoro. Si vuelves a tener esos sueños no dudes en contármelo, ¿vale?

- Mamá, no te preocupes. No es real.

- Lo sé, lo sé. Pero ya sabes que me encanta todo esto.- fingió para no parecer que estaba realmente preocupada.


Esa noche Gianluca volvió a ofrecerse voluntario para velar a Nathaniel, el cuál daba alguna que otra vez un espasmo. Llevaba un rato intentando conciliar el sueño pero los movimientos de su compañero le ponía nervioso.

- Joseph como tú empeores y no estemos en un par de días de vuelta al monasterio te voy a dar una de hostias que vas a volver aquí con media cara rota - colocó el sillón más cerca de la cama y apoyó la cabeza en ella .- Buenas noches JN, espero verte mañana despierto eh.

" I know you want to find me
  Don´t tired looking for me
  But I dónt want you yield
  Love taste better if you have to fight
  You´re looking for me boy, anonymous.

Esa cancioncilla no dejaba de sonar en mi cabeza y cada vez que sonaba en mí, me gustaba más.
Esta vez aparecí en una habitación de lo más refinada posible. Tenía la pared en madera donde se situaba la cama junto a un cabecero acolchado y rosáceo, tres cuadros en la parte izquierda y dos lámparas de distintos tamaños pegados a la derecha. El sumiere de la cama era blanco con juego de sábadas en color mate y cojines más corales. De vuelta a la derecha un gran ventanal en el que se veía unas vistas preciosas desde su pequeño sillón bien colocado y la gran lámpara de suelo perfecta para leer un buen libro. 
Como no, no debía de faltar su cómoda en blanco con el espejo encima de él y jarrones de cristal con ramas de flores en ellos, la mesita de noche, el ropero con estampados en sus puertas... arriba se podía apreciar los juguetes de la infancia y un pequeño banquito en tono marrón.
En el suelo había una alfombra de un color semi grisáceo con dos cojines rosas, en medio de ella con dos figuras de patitos, resaltaba una camita pequeña con varios accesorios.
Sin duda, era la habitación de una chica, era todo tan coqueto y bonito que me podía quedar embobado horas y horas viéndolo.


Me dirigí hacia los cuadros y cogí uno en especial. Uno en el que aparecía un chico en medio con barba incipiente, sonrisa perfecta y ojos grises; a su derecha una chica morena de pelo ondulado de media melena, labios carnosos y ojos verdes; a la izquierda, una chica rubia de ojos grises y piel perfecta.
Me quedé observando la fotografía. Un momento... ese... ese rostro me resultaba familiar, de hecho muy familiar. Volví a mirar con más detenimiento.
No podía creer lo que estaba viendo. Era el mismísimo Gianluca...

-¿Qué es esto?

Sentí como cada vez me ponía más de los nervios. No estaba comprendiendo nada. ¿Qué hacía en esa habitación? ¿Por qué había una foto de Gianluca? ¿Estaba en el cuarto de su madre o novia? La presión que ejercía mi pecho se reproducía con más fuerza. 
Oí pasos y el pomo de la puerta giró. Apurado intenté esconderme en la parte derecha de la cama, justo la que estaba al lado del ventanal. Otra presión y ésta vez más fuerte.
Escuché el carraspear de una voz. Tenía ganas de ver quién era la dueña de la habitación, pero temía que me viese, así que aguardé.
Unos pasitos más y otra parada. El corazón me iba a estallar, parecía que se iba a salir del pecho. Cerré los ojos cabizbajo.
Mierda. El cuadro estaba en el suelo, no me había acordado de él en el transcurso de mi escondida. Vi cómo unas finas y delgadas manos se acercaron a recogerlo.
Tragué saliva asustado.
Y de repente todo volvió a ser negro, pero esta vez, la luz oscura brillaba con más intensidad que nunca. Sentí cómo la otra persona comenzaba a respirar con dificultad cada vez con más fuerza. Suspiré.
En ese momento, me di cuenta de que quizás mi vida nunca cambiaría. Yo era el centro del problema, parecía la muerte; pues a toda persona que se cruzaba por mi camino acababa dolida.
Un cristal cayó al suelo haciéndose añicos, así que sin vacilación alguna, salí a luz y vi como la otra persona estaba en forma de sombra, una sombra oscura y brillante como yo.
Y fue ahí, en ese precios instante en el que sentí cómo una mano me agarraba la mía y toda oscuridad desapareció. De hecho tuve que parpadear un par de veces para poder acostumbrar los ojos a los pequeños destellos de luz que entraban por el ventanal.
Y ahí estaba ella. Con sus ojos rasgados como los de un felino de color grisáceos. De tez pálida y suave, labios rosados, pero rubio ondulado y de un cuerpo esbelto junto a un camisón blanco.
Nos quedamos perplejos mirándonos el uno al otro.

- ¿Quién eres? ¿Qué haces en mi habitación? Como no salgas ahora mismo de aquí, te juro que llamo a la policía. - la chica se ruborizó en seguida y luego se mostró un aire más enfadado.

- ¿Por qué tienes una foto de Gianluca? ¿De qué lo conoces?- la muchacha se agachó con rapidez, cogió un trozo de cristal y me lo apuntó directamente a la yugular.

- Fuera ahora mismo de mi habitación. - se me erizaron los vellos de la nunca con cada palabra marcada con su acento.

Di un paso hacia delante para que viera que no le tenía miedo, podía ver con exactitud como el cristal se clavaba más en mí. La interpelada estaba horrorizada.
Fue a darme un puñetazo en las costillas, pero gracias a las clases de defensa de Gigi la esquivé a la vez que le que quitaba el objeto. La coloqué de espalda hacia mí y apreté sus hombros sin llegar a hacerle daño, tan solo un poco de presión y con la mano que me quedaba libre, hice la misma acción que ella.

- Te lo preguntaré de nuevo, rubia. ¿De qué conoces a Gigi?

- Es mi hermano.- confesó con un hilo de voz.

Nathaniel


Gianluca


Missy Slyon.

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