viernes, 2 de enero de 2015

Capítulo XII

Monasterio de San Pablo
Holanda, Países Bajos
2013








Condujeron hasta llegar a la casa, donde al entrar a la cocina para ambas sorpresas, había una nota pegada en la nevera donde decía: "Kaylee se quedar a dormir conmigo, espero que a mi querida hermana no le importe dormir contigo esta noche".

- ¿Cómo? - preguntaron perplejos.

- Bueno, no sé de qué me sorprende, me lo esperaba, pero aún así... - comentó algo molesta.

- Oye, puedo quedarme en el sofá, no hay problema.

- ¡No! Nathan por Dios... Es solo que bueno, no estoy acostumbrada a estos cambios. En fin, ¿quieres algo para tomar o comer?

El móvil de la joven comenzó a sonar. Ella hizo una mueca con la boca y algo dubitativa descolgó la llamada.

- Hey, hemos llegado. Todo bien. Bueno, me paré para enseñarle algo a Nathan. No. Dorian oye... No. Pe... pero ¿quieres dejar de decir gilipolleces? ¿Perdona? Oh, esto sí que es... Venga. No, que te den.

Nathan se dejó llevar las manos a la cabeza mientras apoyaba el codo en la encimera.
Leoni soltó el móvil de mala gana y se quitó la chaqueta con nerviosismo.
Respiró hondo y volvió a preguntar:

- ¿Y bien? ¿Qué vas a querer?

- Tranquila, me sirvo yo mismo.

Ella se sentó enfrente de él y ambos alargaron la mano para coger la pera que posaba junto a otras frutas en el cuenco. Sonrieron y él dejó que la tomara ella para poder comer la que estaba debajo.

- Para ti... ¿Qué es el amor, Leoni? Y perdona que sea tan directo, pero, es no es justamente lo que veo. Tienes toda la razón. Os hacéis daño mutuamente.

Leoni se quitó la bufanda, se recogió el pelo corto en una coleta y suspiró cansada.

- Sé que quizás es un tema del que no quieras hablar, y menos con alguien que solo conoces de horas. Pero no te veo muy...- de repente, un color marmóreo en su cuello resaltó en su pálida piel y se quedó observando durante varios segundos- No, no te veo muy bien.

Ella siguió pelando la fruta y a continuación la de él.

- No sé Nathan, no sé cómo lo verás tú si no has tenido novia. ¡Ojo! No te lo tomes a mal, te lo digo sin maldad alguna. Simplemente que, la confianza y el respeto es muy importante. El ser amigos, el echar de menos a esa persona, el no ser celoso, la complementación de lo que le falte a uno, lo tiene el otro...

- Y eso - señaló con el dedo- Eso de ahí, ¿es respeto?

La rubia puso los ojos como cuencas, se levantó corriendo del asiento y se dispuso a salir de la habitación, pero Nathaniel fue más rápido y se colocó delante de la puerta impidiéndole la salida.

- Déjame salir ahora mismo de aquí Nathaniel. No eres nadie para atacarme verbalmente de esa manera.

- ¿Atacarte verbalmente? ¿Y en cambio a él le dejas que te agreda físicamente? Leoni, por favor...

- ¡Nathaniel! - hizo un grito ahogado con los ojos cargados de lágrimas.

- Solo quiero ayudarte, rubia. No seas estúpida. Da las gracias que esto haya pasado conmigo y no con tu hermano. Gigi lo mata y va a la cárcel.

- ¿Cómo sabes lo de la cárcel?- ahora pareció más aturdida.

- No tengo idea de nada, pero algo se le escapó cuando me estaba contando algo. Espero que alguno de los dos me lo cuente algún día.

- No le digas nada, por favor.

- ¿Desde cuándo pasa esto?

- No hará más de dos meses - la chica estaba temblando y él no dudó en abrazarla fuertemente.

Empezó a llorar con el corazón encogido, él la apretó un poco más y entrecerró los ojos. Hasta ese momento no se había percatado de lo pequeña que era aún usando tacones, y más entre sus brazos.
No le dijo nada durante un rato, sabía que ella necesitaba desahogarse en un tiempo.

- Leoni, ¿cuántos tienes además de ese?

- No...

- Leoni, por favor, déjame ayudarte.

Se separó de él, le miró a la cara con fijeza y en ese momento, se sintió más vulnerable que nunca.

- Acompáñame.

Abrió la puerta con las manos temblorosas aún y lo condujo hasta el baño.
Ella miró hacia todos lados por si andaba alguien despierto y luego cerró la puerta tras de sí.
Cogió una toallita y comenzó a quitarse el maquillaje del cuello, las muñecas y la cadera.
El joven se ruborizó por un instante a las que ciertas mejillas se convirtieron por primera vez en su vida, de enfado.

- ¿Cómo le permites esta barbaridad?

- Sé que no lo hace con intención, él me quiere. De verdad...

- ¡Leoni! No digas que te quiere porque a las personas que amas no se les hace daño.

- ¿Qué sabrás tú del amor? - sonó de forma despectiva.

- Poco, por no decir que casi nada, pero sé que son actos de amor y te aseguro que eso no lo es- puntualizó señalando a los golpes de la chica.

Le sostuvo el rostro entre las manos y la miró fijamente a los ojos.

- No soy nadie para decirte qué debes o no hacer, pero no creo que las personas estén hechas para sufrir.

- No sabes cómo me alegro de que no seas nadie... No te vuelvas a ir porque te necesito aquí.

- ¿Perdón? - preguntó estupefacto.

Ella sacudió la cabeza aturdida y respondió:

- Espero que me ayudes.

- Por supuesto, rubia.

Ambos, sonrojados se apartaron uno del otro y se miraron durante un rato, donde las palabras se quedaron suspendidas en el aire y el frío daba paso a algún que otro temblor.
No tardaron mucho en salir de allí y anduvieron hasta la habitación de la muchacha, donde Nathan sintió que pisaba aquel suelo realmente después de tanto tiempo sufriendo. Suspiró.
En la cama de interpelada se hallaba otra nota de su querido hermano en la escribió:

"Me he tomado las molestias en traerle su pijama"

Ambos se dedicaron una cara de pocos amigos.

- Voy a cambiarme- ella asintió con la cabeza y se desvistió tras cerrar la puerta.


Nathaniel dejó caer el peso de sus párpados cansados y volvió a suspirar. Se quedó contemplando su propio reflejo durante varios segundos. Alargó la mano y prestó más atención. Era como si él no formara parte de su cuerpo. Sacudió la cabeza dejando sin importancia a aquello y miró hacia arriba con las manos elevadas al aire.

- Dime Señor... ¿Por qué haces esto conmigo? ¿Qué es lo que he hecho mal en este viaje? ¿Por qué ella no recuerda nada? Señor...Necesito una pista, por muy pequeña que sea. Algo que me deje avanzar, que me deje ayudarla, pero que esté a mi lado. Si ella no recuerda... ¿Qué estoy haciendo aquí? Atiende a mis súplicas, mi Señor.



Llamó a la puerta con cierta timidez y hasta que no escuchó "adelante" no entró en el dormitorio.

- ¿Puedes... echar el pestillo, por favor?

- Claro.

Allí se encontraba, con un pijama blanco, dejándose ver claramente que era de franela para que el frío no dejara penetrar en su piel. Se estremeció al volver a ver los moratones.
Acto seguido apartó la mirada y la desvió hasta el colchón que había al lado de su cama. Se enfundó rápidamente debajo de las mantas y edredón que con cierta ligereza le proporcionó calor.

- Nathan... Gracias. Espero que mi secreto esté a salvo contigo.

- Eso es lo que hacemos todos los hijos de Dios. Descansa, Leoni.

No dirigió palabra alguna y sin darse cuenta se quedó profundamente dormido...



"La música de un violín tocadas a la perfección me hicieron dar un sobresalto en la cama y abrir los ojos de par en par. Miré de un lado a otro, recordando que seguía en la "mansión" de los Gentile y mis ojos se pararon en la cama de Leoni, donde continuaba descansando tranquilamente.
Las ganas de estirar las piernas me invadieron y sin hacer ruido alguno, decidí salir para tomar un poco de aire.
Andar solo por aquella casa era como estar en una película de miedo, siempre con el corazón en un puño a cada paso que daba.
Fui a la cocina para beber agua, desde que había salido del hospital no había vuelto a tener la boca tan seca como hasta ahora.
Y de nuevo los acordes del violín me hicieron dar un brinco a lo que el susto me llevó a que el vaso se me escurriera de las manos y el agua se esparciese junto a los cristales rotos en la moqueta. 
O era cosa de mi imaginación, o el instrumento sonaba cada vez con más brío.
Olvidando el accidente que acababa de ocurrir, salí con paso acelerado y caminé hasta donde llegaba el sonido. Nada en la planta inferior, ni en la de arriba, ni en las puertas pequeñas donde se encontraban algún que otro objeto de limpieza.
Me estaba mareando de dar tantas vueltas por todos los sitios hasta que el corazón inició a latir más deprisa y con manos temblorosas, abrí la puerta de la calle. Sin duda, la melodía se escuchaba con más claridad, como si fuera una orquesta sinfónica que tenían contratado en el jardín para el propio disfrute.
Había entrado bien la noche, el frío te calaba en los huesos, el vaho salía por la boca nada más respirar, la humedad se hacía notar entre las sombras causadas por la niebla.
Me quedé anclado a la puerta, tiritando por lo que parecía ser la gran llegada del invierno. Decidí volver a entrar, pero la puerta se había cerrado y me impedía el paso.
Tosí un par de veces, la garganta comenzó a picarme, no tenía muy claro si era por el temporal o porque aún no estaba del todo recuperado.
De pronto, los pies se habían encajados en las escarchas de hielo que se habían formado a mi alrededor sin darme cuenta. Los latidos estaban teniendo lugar a cada segundo que pasaba, como si acompañara al violín que no había dejado de tocar. Me sentía exhausto y perdido. ¿Dónde se suponía que estaba exactamente? No podía ser posible que estuviera en ningún lugar...

- Ayúdame.

La voz de Leoni repiqueteó por doquier, creando un eco sin cesar.

- ¿Dónde estás?

- Ayúdame...

- ¿¡Puedes oírme?!

- Se me agota el tiempo... Ayúdame.

- ¿El tiempo para qué?

- Todo fluye, nada permanece... Ayúdame.

- ¿Dónde puedo encontrarte? ¡Dame una maldita señal! - grité desesperado.

- Sólo tu corazón dicta la dirección... Ayúdame

- ¡Leoni! ¡No puedo moverme! ¡Déjame verte!

Golpeé la escarcha con la mayor fuerza que había empleado hasta entonces. Una y otra vez, con más y más estupor. No me importaba cuánto podía sangrar mis manos o incluso romperlas. Tan solo quería sacar a Leoni de donde estuviera.

- El tiempo lo mide un reloj... Un tic tac en cada estación... Ayúdame.

- ¿Estación? - pregunté con los ojos empañados de lágrimas a causa de la ventisca y las manos ensangrentadas - ¿Un tren? ¡Un tren!

Crack. La capa de hielo se estaba desvaneciendo y antes de poner un pie en tierra firme, me caí.
Agonicé de dolor cuando un trozo de la escarcha me rasgó la garganta y otro se me clavó en la palma de la mano. Intenté quitármelo con cierta inquietud y torpemente me levanté del césped. Mi respiración se notaba por sí sola, más agitada y entrecortada. Me llevé las manos al cuello, donde la herida no cesaba y el dolor aumentaba.
Me preparé para correr y en cada pisada, la imagen de mi entorno cambiaba.
Un tiroteo, tal vez dos y un gemido por bala alcanzada.
Me dio un vuelco al corazón. No podía hacerme a la idea de que ese dolor fuera de ella. Era demasiado irreal para ser cierto.

- ¿¡Leoni?! - chillé a duras penas.

- Un tic tac por cada estación...

Su voz de nuevo sonaba desgarradora pero fue lo que me impulso para no detenerme un solo segundo. Llegué hasta donde puedo decir, el final de las vías de un tren. Aquel sitio... aquel carril, aquellos bancos, aquel reloj... Aquella hora que no cambiaba ni una sola vez. Doce y media.

- No puede ser... Está cobrando vida otra vez...

- ¡¡Nathan ayúdame!!

La niebla desapareció y la pude ver. Al final de otro carril atada a un poste.Del fondo llegó lo más parecido a un "chuchu" que producía el tren.
Exhausto, la miré de nuevo y volví a correr. Para mi sorpresa, el tren me alcanzó antes de tiempo y se dirigía a toda prisa hacia la rehén.

- ¡Deprisa Leoni, desatate!

Ninguna contestación a cambio... El tic tac del reloj arrancó y mis fuerzas iban desapareciendo, como si mi vida estuviera anclada a ese asqueroso reloj.
Estaba llegando al final, aunque ella no fuera consciente, podía oler su sangre caliente en aquel lugar. Me estaba quedando sin oxígeno y exhalé para no caer, pero aún así, flaqueé y choqué. Choqué contra un campo magnético, el cuál me impedía salvar a Leoni y por un solo segundo me quedé inmóvil sin saber muy bien qué hacer. Pero antes de que me diera cuenta, ya estaba golpeando aquello a la vez que dejaba sangre. Estaba atrapado en una cúpula, había estado ahí antes e intenté recordar como salí esa vez, pero incluso me costaba hacerlo.
Se estaba agitando, le di un puñetazo para intentar atravesarlo pero hasta que no se convirtió en agua no pude meter la mano. La cúpula tornó a agrietarse y caerse con velocidad.
La propia luz del sol me cegó y para mi asombro una mano agarró la mía y tiró de mí hacia dentro.

- Tengo que dejarte ir...

Era la mismísima Leoni que me hablaba dulcemente a pesar de que a nuestro arrabal todo se estaba desmoronando.

- Estoy aquí para ayudarle- contesté de mala gana.

- Y yo para salvarte. Huye Nathan... esto es para mí, no para ti.

- No he llegado hasta aquí para irme sin ti - reuní energías a la vez que contenía el aliento y la traje hacia mí.

- ¡Nathan no!

- ¡Vamos!

El cristal se volvió más grueso entre nosotros provocando cortes en las muñecas. Me miró dolorida.

- ¿Puedes ver mi cuerpo a través del campo? - gritó por encima del ruido.

- ¡Sí!

- ¡Corre hasta el fondo! ¡Ya no queda cúpula allí! - me soltó y no pude evitar gritar un no a causa del miedo.

El mismo lugar se estaba auto destruyendo y arrojaba todo lo que tenía a su alcance, como si de un tornado se tratase. No quise que me fuera demasiado tarde, así que me apresuré a reunirme con ella. La cuál iba esquivando a cada segundo un objeto que se le cruzaba por el camino. Y como yo me estaba temiendo, una fuerza mayor la estampó contra el suelo dejándola aturdida.
Me detuve en seguida horrorizado.

- ¡¡Corre Leoni!! ¡Tú puedes! ¡Vamos, rápido!

- No... no puedo- susurró.

- ¡Claro que puedes, vamos!

Y como si fuera ahora una escalera, empezó a caer el campo magnético que nos separaba, intenté penetrar de nuevo una vez más, pero a cambio me electrocuté. Se me paró por un instante el corazón y vi como ella gateaba hacia atrás abrumada hasta que pudo levantarse y echar a correr. Yo reaccioné segundos después y aunque tardé en ponerme a su altura, ahí estaba. Justo al lado de ella.
Eso parecía no terminar nunca, pero llegó y ambos caímos al precipicio, a la vez que los demás objetos lo hacían con nosotros.
Sin previo aviso, antes de que yo pudiera apartarme, las agujas que marcaban las doce y media atravesaron mi corazón  y solo ella, explotándole las venas en su interior, fue presa de nuestro inmenso dolor..."






Missy Slyon