lunes, 10 de julio de 2017

Capítulo XVI

Monasterio de San Pablo
Holanda, Países Bajos
2013






- Leoni... Leoni - mascullaba nervioso el joven de ojos verdes.

Otra palmada suave en la cara. Ninguna respuesta. 
Se miraron unos a otros desesperados.
Observó a través de las ventanas. Mateo conducía lo más rápido posible.
Damián no podía evitar girarse para comprobar cómo se iba encontrando.
La mirada de ambos muchachos se cruzaron.
A Nathaniel le dio un vuelco.
Ella comenzó a toser.

- Leoni, ¿me oyes? - volvió a preguntarle en su oído - La tos aumentaba y el escozor se hacía entre ver por su rojez.

Nathaniel intentó incorporarla un poco más, aunque ella le estaba indicando otra cosa.

- ¿Qué le sucedes? - se alarmó el conductor.

- No... no le comprendo.

- ¡Detente! ¡Para el vehículo! - bramó un sofocado Damián.


El frenazo hizo que la joven se incorporase por completo.
El copiloto bajó del auto sin previo aviso y abrió la puerta trasera de la muchacha. La cogió en sus brazos como si de una pluma se tratase y la colocó contra él, sujetando sus manos con fijeza.

- Vamos Kumiko. No me hagas esto.

La respiración sonaba entrecortada y sin aire ninguno. Él miró una vez más al suelo, se mordió el labio inferior y empezó a desabrochar el entallado vestido.
Los demás le miraron estupefactos. Nathaniel bajó estrepitosamente, dando un pequeño traspié.

- ¿Qué demonios estás haciendo? ¡Sin mi consentimiento!

Damián lo agarró de las muñecas con demasiada fuerza y le gritó:

-¡Se está ahogando! - el interpelado le dedicó una mirada furtiva, y no tuvo más remedio que tranquilizarse. - Joseph, tan solo tienes que bajarle el vestido a tu prometida y desatar el corsé. - dijo a regañadientes.

No pudo evitar sonrojarse. Se quedó pasmado durante unos segundos, gasta que vio la cara de Leoni casi inconsciente.
Era la primera vez en su vida que desvestía a una chica, y no era una cualquiera.
Se trataba de la mismísima Leoni. Con la que había soñado tantas veces, con la había conversado a través de ellos, con la que era la razón del porqué se encontraba en Holanda, con la hermana de su mejor amigo, con la chica... Con la mujer que le había empezado a gustar.
Tragó saliva algo acalorado. Se desaflojó un botón de la camisa.
Sus dedos se deslizaron por su espalda, fría y pequeña - algo desviada- pensó. Lucía tan hermosa con ese corsé a la luz de los rayos del atardecer que le iban reflejando...
Se mordió el labio sediento.
Los dedos se fueron resbalando por los pequeños y apretados lazos que iban formando la prenda.
¿Cómo algo tan sencillo y precioso podía parecer tan complicado y doloroso?
Unos sudores fríos le recorrieron la frente. 
Exhaló.
Los hermanos cada vez lucían más asustados e inquietos.
Sin darse cuenta, los lazos se habían enredado en unos nudos muy finos e imposibles de deshacer.
La agonía de la chiquilla era cada vez más fuerte e inexistente. 
Nathaniel maldijo por lo bajo, suplicando el gran perdón a su amado Dios, por todo lo ocurrido y dejarse llevar de aquella manera.
Posó sus suaves labios en los tan odiados nudos, notando cómo los vellos de ella se erizaban por el contacto.
Por más que lo intentaba, aquello se hacía imposible y Damían cansado de tanta espera, sacó la navaja que guardaba dentro de su bota, empujó con brusquedad al chico y rajó de arriba a abajo el tan odiado corsé.
Leoni soltó un gemido de liberación. Nathanielmuy agudo, le sostuvo a tiempo para poder sujetarla y apretar lo que le quedaba de prenda contra ella con sumo cuidado para que no se le viera nada.
Ella se giró con lágrimas en los ojos y la boca ensangrentada.
Todos dieron un brinco.

- Oh Dios mío... - murmuró horrorizado Nathan.

- ¡Mateo! ¡Apresúrate hacia el hospital!

Damián ofreció su chaqueta y la colocó por delante de sus hombros, ayudando a su supuesto "mejor amigo".

- Aguanta Leoni, ya queda menos. Tú puedes. Por favor... - le dedicó un delicado beso sobre la frente antes de que cerrara los ojos.



No tardaron en atenderles. Y a decir verdad, el trato fue más que agradable y adecuado.
Aunque ellos tuvieron que mantenerse alejados, esperando en aquella sala, no fue mucha la demora.

- Caballeros.- saludó el médico, que era bien robusto y canoso. - He de decir, que es el primer caso de alergia aguda que he visto en mis veinte años como doctor. Su buena amiga y prometida, es alérgica a las rosas. Con tan solo tocarlas, sus pulmones se encogen, impidiendo el traspaso del oxígeno hacia las fosas nasales y viceversa. Le acabo de inyectar una vacuna, que deberá administrarse una vez al año, y aparte, deberá usar una máscara de oxígeno las próximas cuarenta y ocho horas. - hizo una breve pausa. - En cualquier caso, no duden en volver o pónganse en contacto conmigo.

- ¿Podemos pasar a...?

- Ha pedido expresamente que su prometido sea el único. - cortó secamente al de rostro angelical.
Ellos asintieron y volvieron a sentarse, mientras le dedicaban una tímida sonrisa a su amigo.


Nathaniel avanzaba avergonzado por el pasillo, dándose cuenta de que cientos de ojos se clavaban a su espalda sin saber por qué.
Llamó a la puerta un par de veces antes de entrar, hasta que oyó un complicado "adelante".

- Hey... ¿Cómo te encuentras?

Leoni hizo ademán de quitarse la mascarilla, pero Nathaniel se lo impidió volviéndoselo a colocar.
Se sentó al lado de ella con sumo cuidado. 
De repente, sus mejillas tomaron un rubor marcado a cause del fino y casi transparente camisón que le había otorgado a la chica. Su pierna se agitó y desvió la mirada anonadado e incluso furioso consigo mismo.

- ¿Qué está pasando, Nathan? - preguntó aturdida y cruzándose de brazos.

- ¿Quieres saber qué demonios ocurre Leoni? - vociferó sin darse cuenta y poniéndose de pie. Se encogió de hombros algo asustado.

No podía parar de dar vueltas por toda la habitación. Se sacudía el cabello y estrujaba la ropa, como si estuviera reuniendo el valor para encontrar las palabras.
Se detuvo en seco y con la respiración entrecortada, bramó:

- Ocurre que a cada segundo que pasa, te deseo más que el anterior. Es como si esto que nos está pasando, cobrara vida en mi interior. Deseo tocarte, deseo cogerte de las manos, deseo deslizar mis dedos sobre tu cuerpo, deseo abrazarte fuerte contra mí. Anhelo besarte. Eso más que cualquier cosa. Besar tu boca, tus ojos, tus manos, tu vientre, tu pelo... Hacerte mía, tan solo mía ¡Por el amor de Dios! Este no soy yo, Leoni...

El ambiente se encontraba agitado, más que nunca. Se había deleitado y estremecido tanto con cada palabra y gesto que había provocado Nathaniel, que tuvo que cruzar sus piernas y apoyarse más contra sí misma para detener sus impulsos.
Aquellos que parecían insaciables.

- Nathaniel, yo... - comenzó con una débil y firme voz a la vez.

- Te lo ruego... No digas nada - posó un dedo sobre sus labios. - Incluso tu voz cada vez es más cálida y seductora. Me siento tan estúpido, utilizado y engañado. Porque sé que en nuestra vida real, esto nunca pasaría ¿sabes? Tú estás con Dorian, y yo, soy un Hijo de Dios. ¡Jamás te diría tales cosas!


El rostro de la joven cambió por completo. Aunque no fuera su cuerpo, Kumiko era una mujer más que deseable e inteligente. ¿Cómo no se iban a fijar en los hombres ella? Incluso Nathan...
Aunque a decir verdad, no sabía qué le dolía más. Si rechazarla aún siendo otra persona, o haberse creído que esas palabras eran para ella y no para Kumiko.
Respiró hondo. Hizo a un lado su desilusión y fue lo suficientemente valiente para llevarlo hacia sí y abrazarlo con toda la fuerza que le podía brindar en eses momento.

La puerta se entreabrió con suavidad y Leoni volvió a abrir los ojos cansada. No existía mayor deseo entre ambos que volver a casa.
Los hermanos hicieron un gesto de disculpa con la mano, mientras que ella les negaba con la cabeza sin darle importancia.
Nathaniel se despegó de ella lentamente y la miró a los ojos. Aquellos ojos a los que estaba adorando cada vez con más pasión. Le dedicó un delicado y nervioso beso en la mejilla, mientras que ella entrecerraba los ojos.

- ¿Cómo te encuentras, Kumiko? ¿Algo mejor?

- Sinceramente, estoy más exhausta de lo que creía. Ojalá pudiera irme a casa - respondió cabizbaja.

- Deseo concedido, Alteza. - se inclinó Mateo con cortesía.

"Los prometidos" observaron extrañados.

- El Padre Lorenzo se ha ofrecido voluntario para llevaros a casa.

- ¿Cómo se ha enterado?

- No hemos podido evitar llamarlo. Ya sabes que él siempre se preocupa por todos los Hermanos.

Otro cruce de miradas.

- Bueno, en ese caso, es de muy buen agrado.



Pasaron las horas hasta que pudieron darle el alta sin peligro alguno.
Los hermanos se despidieron de ella nuevamente con disculpas y bruma.
Mientras que en el trayecto con el Padre Lorenzo fue tranquilo y cómodo.
Era un hombre correcto y sabio. Sus palabras siempre eran reconfortantes y Nathaniel se sentía protegido con él.
Al parecer, la casa no estaba muy lejos del hospital. Para su sorpresa, ninguno se esperaban que ya pudieran vivir juntos antes de estar casados.
Agradecieron amablemente al Padre su gratitud y bajaron del coche entre suspiros.

- ¿Te has percatado que siempre estamos rodeados de casas llenas de flores y jardines hermosos?

- Quizás, por eso mi verdadero les encanta tanto, porque Kumiko es alérgica.

No pudieron evitar reírse por un momento.
Hicieron caso omiso a su alrededor y entraron sin remordimiento alguno a aquella casa que ahora parecía suya.




Paredes de piedras maravillosamente construidas, techos abuhardillados, puertas sin cerrojos en forma de arcos, sofás y sillones tapizados con la mayor elegancia posible,  lámparas de araña que caían desde el techo del oro más puro que jamás habían visto antes.
Un órgano escondido como si fuera un armario, balcones diseñados al estilo romántico, tonos neutros, decoración idónea para aquella época. 
Un tablero de ajedrez se hacía entre ver en la mesita de café. como si hubiera sido la primera jugada de muchas que quedaban.

- Bourbon... - susurró Nathaniel atónito.- ¿Sabes que inconscientemente pedí esto cuando de conocí en aquel club? - ella se ruborizó .

Anduvo hasta el final del salón, donde encima de la chimenea unos retratos muy detallados.
Con sus delgados dedos, Leoni, sostuvo uno de los cuadros observándolos durante un buen rato.

- Oye Nathan...¿Puedo pedirte un favor? - soltó el objeto y miró a través del alfeizar, aquellos que tanto les gustaban a ella.

Ninguno se había percatado de la noche tan hermosa que hacía. Él se colocó detrás de ella, casi abrazándola.
Ladeó su cabeza a la izquierda para apoyarse en su pecho.

- ¿Crees que las estrellas eligen a sus enamorados? - el interpelado se mordió el labio, la apretó contra sí y dejó que siguiera hablando.- Porque si es así, necesito que salves mi alma...

-¿ Sabes qué, Leoni? Me encanta odiar lo que es obvio.

Probablemente podría haber sido un beso que no fue, pero se quedaron así, abrazados, uno junto al otro. 
Disfrutando de cada bocanada de aire fresco que le podía brindar la cálida brisa...



Missy Slyon

No hay comentarios:

Publicar un comentario